El pasado 24 de septiembre se celebraban en Alemania elecciones generales. Ganó CDU, la Democracia Cristiana, el partido de Ángela Merkel, pero quedaba muy lejos de alcanzar una mayoría que le permitiera gobernar en solitario. Tampoco era posible una coalición -como había ocurrido en la legislatura anterior- con el SPD. Los socialdemócratas de Martin Schulz, cuyos resultados electorales habían sido magros, anunciaban que no se reeditaría la colación electoral que había permitido gobernar a Merkel durante la anterior legislatura. Una coalición con los liberales no permitía una estabilidad parlamentaria que permitiera sostener al gobierno. Era necesario que una tercera formación se sumara a la CDU y los Liberales para conseguirla. La única opción era cerrar un acuerdo con Los Verdes, dado que quedaba descartado un acuerdo con Alternativa para Alemania, partido euroescéptico con claros tintes xenófobos y cuya creciente fuerza electoral preocupa mucho en los ambientes políticos no ya de Alemania, sino en el conjunto de la Unión Europea. Son considerados una especie de bestia negra, incluso para las formaciones de centro derecha. Ese posible acuerdo entre tres -CDU más sus aliados bávaros, Liberales y Verdes-, coalición a la que se dio el nombre de Jamaica, no ha sido posible tras dos meses de negociaciones. Los intentos de cerrar un acuerdo han resultado infructuosos. Alemania se ve abocada, dos meses después de los comicios, a celebrar nuevas elecciones en medio de un clima de instabilidad política y un ambiente donde incluso se pone en cuestión la continuidad de Ángela Merkel.
Hace poco tiempo, cuando en España hubo necesidad de hacer lo mismo que está ocurriendo ahora en Alemania -volver a repetir las elecciones generales, dada la imposibilidad de formar gobierno- se ponía a dicho país como ejemplo de cordura política. Se señalaba que allí había partidos, cuyo patriotismo estaba por encima de las diferencias ideológicas y, en consecuencia, se cerraban acuerdos de gobierno entre grandes rivales. Era algo inconcebible en España. Aquí no eran posibles tales acuerdos, dada la existencia de diferencias partidarias insuperables.
No era una novedad. Es habitual que nuestra mirada se dirija hacía más allá de nuestras fronteras, añorando una especie de paraíso donde el país y la gobernanza estaban por encima de otras consideraciones que aquí llevaban al atasco. Hacía presencia la inveterada costumbre española de considerar las realidades externas como envidiables, frente al rechazo de nuestra situación. Hoy, la envidiada Alemania atraviesa una tesitura parecida a la de España hace algunos meses. En la Bélgica donde el prófugo Puigdemont buscó refugio para escapar a la acción de la justicia, estuvieron sin gobierno -tampoco las urnas habían dado una mayoría para que gobernase un partido en solitario- cerca de trescientos días porque las diferencias partidarias no lo permitían. Parece que es hora de dejar a un lado ciertos complejos de inferioridad respecto a las situaciones que se viven más allá de nuestras fronteras. Abandonar ese respeto, casi reverencial por los medios de comunicación foráneos que opinan en muchas ocasiones con escaso conocimiento de causa y con arteras intenciones. Afirmaciones tales como “Eso no ocurriría en Alemania”. “En el Reino unido no pasan estas cosas”, que son expresiones habituales, encierran en el fondo un rechazo a lo nuestro y manifiestan un complejo del que no nos hemos sacudido. También en otras partes sucede lo mismo que aquí cuando no se dan determinadas condiciones. La ponderada Alemania es hoy un ejemplo de ello.
(Publicada en ABC Córdoba el 25 de noviembre de 2017 en esta dirección)
Pues de acuerdo….pero asistimos descorazonados al universal problema de los intereses partidistas no pensando…..con nobleza de miras ….. en lo único que importa y para los que todos se han presentado….los intereses de los ciudadanos y de los países. …el mejorar las condiciones generales de vida de los que ellos han prometido cuidar en sus campañas…..Carmen Piedra.