Vestir el muñeco es una locución adverbial con la que se pretende dar apariencia a algo que no lo tiene. Es lo que tenemos por delante, después de la incapacidad para formar gobierno que han supuesto los meses transcurridos desde las elecciones del pasado 20 de diciembre. Vestir el muñeco es lo que tienen por delante los partidos que, según los resultados electorales -entiéndase PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos-, tenían posibilidades de articular una coalición gubernamental o cuando menos permitir su formación. Todos señalaban que unas nuevas elecciones no era la solución más conveniente, al entender que los españoles deseaban que se configurase un gobierno, pero no ha habido la voluntad necesaria para convertir ese deseo del pueblo en realidad. Un pueblo que, no suele decirse porque no resulta políticamente correcto, votó de forma que no facilitaba la configuración de un gobierno. Abocados a una nueva cita electoral, que tampoco supone el desastre de magnitudes bíblicas que algunos pretenden ver en ello, ninguno de los partidos está por asumir su responsabilidad en la falta de acuerdos, pese a que ninguno ha sido capaz de establecer los puentes necesarios para cerrar acuerdos  con posibilidades de formar gobierno. Quizá la democracia española necesite madurar algo más para que el pacto entre adversarios sea norma, incluso cuando sus posiciones son antagónicas -sucede con frecuencia en Europa-, así como la existencia de gobiernos en funciones por falta de acuerdos. El problema radica en que el cainismo que es propio de los hispanos entiende los pactos como pasteleo cuando no los considera simple y llanamente como una traición a sus principios.

Mariano Rajoy apenas ha tomado iniciativas. Ha estado apático cuando en su condición de líder del PP, como partido que obtuvo el mayor respaldo en las urnas, estaba obligado a desarrollar una actividad mucho más intensa que la ofrecida. Pedro Sánchez, el perdedor de las pasadas elecciones, se negó a hablar, desde el primer momento, con el partido más votado, despreciando lo que habían dicho en las urnas casi siete millones y medio de españoles. En esa negativa le iba su supervivencia política. Hasta diecisiete veces dijo no a una negociación con los populares. Ciudadanos que tendió la mano al PSOE y cerró un acuerdo que no llevaba a ninguna parte -entre ambos sumaban 130 escaños, siete más que los populares-, más allá de la imagen que podían ofrecer a la opinión pública, se negaba a que Podemos entrase a formar parte del acuerdo. Podemos y sus marcas nunca han estado por la labor. Cuando no eran declaraciones extemporáneas, que han servido para que enseñen aún más la patita, ponían condiciones insalvables para los socialistas. Añádase que un teórico acuerdo de socialistas y podemitas no daba estabilidad gubernamental si no se contaba con el concurso de los independentistas.

Hemos asistido a una defensa, casi numantina, de las posiciones políticas de los partidos, pese a que todos han afirmado lo inadecuado de acudir a unas nuevas elecciones. La percepción que tienen los ciudadanos es que unos tienen más culpa que otros de la situación vivida estos meses. Ha habido quienes, tomándonos por estúpidos, afirmaban su voluntad de diálogo y al mismo tiempo vetaban dicho diálogo o ponían condiciones imposibles para el acuerdo. Ahora les toca vestir el muñeco para no aparecer como los responsables de  tener que ir otra vez a las urnas.

(Publicada en ABC Córdoba el 11 de mayo de 2016 en esta dirección)

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