El texto corresponde a «Cádiz» la octava entrega de la primera serie de los «Episodios Nacionales» de don Benito Pérez Galdós y lo pone en boca, socarronamente, de un inglés, Lord Gray, que se despacha a gusto a costa de sus compatriotas. El texto es duro, pero no tiene desperdicio. Galdós solía llamar al pan, pan y al vino, vino. No se andaba con melindres, temeroso de ser políticamente incorrecto. Lo traigo a colación porque, en este año de 2013, tenemos una efeméride tricentenaria. Me refiero al tratado de Utrecht que, entre otras cosas, permitió a Inglaterra apropiarse de Gibraltar, plaza que había ocupado, nueve años antes, el almirante Rooke en nombre del archiduque Carlos de Austria.

Gibraltar en la actualidad es, además de la única colonia que queda en territorio europeo, una reliquia de lo que en otro tiempo fue el imperio británico que se desmoronó tras la Segunda Guerra Mundial, dejando una secuela de conflictos étnicos, luchas tribales, guerra fronterizas y el germen de gravísimos problemas, como el generado con la creación del estado de Israel en la forma en que dieron vida a las naturales ansias de estado propio a los judíos, sin valorar adecuadamente la situación en que quedaban los palestinos. Qué decir de Sudán, sumido en una guerra de décadas y hoy partido en dos, o de las matanzas protagonizadas por Idi Amin Dada, un genuino producto de la descolonización imperial británica.

Las dimensión inicial del territorio al que se aludía en el artículo diez del mencionado tratado quedaba perfectamente delimitado y se señalaba que era la «ciudad y castillos de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que los pertenecen…». En estos trescientos años se ha visto ampliada por las usurpaciones que británicos han cometido en el transcurso del tiempo y por las cesiones que, en momentos de dificultad, una España generosa jamás debió de hacerles. Dicho artículo contemplaba así mismo que Gibraltar se entregaba «sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país vecino por parte de tierra».

Hoy, a trescientos años vista, los británicos hablan de aguas jurisdiccionales, se valen de toda clase de artimañas para entorpecer la pesca de los barcos españoles y reivindican soberanía sobre lo que nunca tuvieron. Las palabras de Galdós siguen teniendo cierto sentido en nuestros días, aunque el pabellón inglés ya no ondea en todos los mares y la esclavitud ha cobrado nuevas formas y los británicos forman parte del sector esclavista, que en nuestro tiempo ha tomado otras maneras.

(Publicada en ABC Córdoba el 20 de abril de 2013 en esta dirección)

 

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