Un viejo dicho señala que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hay quienes responden a esa especie de sentencia que cualquier tiempo pasado fue peor. Hay opiniones para todos los gustos.
Hasta que la fotografía, avanzado el siglo XIX, se convirtió en una realidad que permitía fijar imágenes, el recuerdo del pasado era algo muy personal y la memoria solía añadir añoranza a los acontecimientos o los paisajes de otro tiempo. La memoria —me parece importante reseñarlo— es algo muy personal y subjetivo, lo que lleva a que un mismo acontecimiento vivido por varias personas sea recordado de forma diferente por ellas. Esa memoria unida a la añoranza sobre vivencias y paisajes de nuestro pasado suele generar imágenes que distan de lo que era la realidad.
Viene a colación esta brevísima reflexión sobre la memoria, la añoranza del pasado y la realidad porque, días atrás, ABC publicaba un reportaje de Davinia Delgado acerca de la existencia, en un museo californiano, de una serie de fotografías estereoscópicas —una especie de 3D decimonónico—, realizadas por el británico Frank M. Good entre las cuales se encuentran una serie de instantáneas de la Córdoba que él vio. La visión que nos ofrece de la ciudad nos la muestran gravemente deteriorada y con imágenes de notable pobreza.
Una ciudad con un pasado histórico que abruma, pero que lo hace a través de grandes ruinas y lamentable abandono. La imagen del Puente Romano es la de una estructura poco cuidada y la ribera del Guadalquivir es lo más parecido a un erial. La ruina es la nota dominante del molino de la Albolafia. Los cordobeses recogidos en esas instantáneas ofrecen un aspecto depauperado y la escena del mercado de la plaza de Corredera es una muestra palpable del atraso y la pobreza imperante como lo es el que a orillas del Guadalquivir haya una noria que funciona para sacar agua del río, cuando en Europa, con Gran Bretaña a la cabeza, se había iniciado lo que se conoce como segunda fase de la Revolución industrial.
Es cierto que esas fotografías, realizadas entre 1866 y 1871, los años que marcaron el final del reinado de Isabel II y el inicio del llamado Sexenio Revolucionario, recogen aspectos de aquella Córdoba, donde las columnas de la Mezquita-Catedral todavía estaban encaladas, y que no era posible modificarlas mediante los procedimientos que hoy se utilizan y que retocan y distorsionan las imágenes. Pero no lo es menos que muchos de los viajeros que visitaron la España del siglo XIX, buscaban el exotismo de un país que en opinión de muchos de ellos pertenecía a África —en sentido despectivo— porque ese continente comenzaba en los Pirineos y las imágenes que buscaban eran las que mejor cuadraban a sus planteamientos, que en muchos casos eran prejuicios.
(Publicada en ABC Córdoba el 16 de octubre de 2021 en esta dirección)