Hay quienes se pirran, caso de la Generalidad, por tener un sistema organizado, aunque estén entrampados hasta las cejas.
EL espionaje es tan antiguo como el ser humano. Han espiado las comadres y los compadres, porque eso de observar disimuladamente y en secreto lo que pasa con el fin de comunicarlo a quien tiene interés en saberlo, no es solo cosa de mujeres, también es de hombres. Hay quien sostiene que es más masculino que femenino. En el mundo antiguo, donde ya se guardaban importantes secretos, los espías eran numerosos y, si bien no disponían de medios técnicos tan sofisticados como en el tiempo presente, sabemos que desempeñaban bien su papel. Fueron espías quienes se apoderaron del proceso para obtener hierro, algo que proporcionaba una superioridad militar definitiva a favor de quienes poseían armas de ese metal. Los secretos militares y políticos, casi siempre íntimamente relacionados, han estado en el centro del espionaje. Los espías en los ejércitos y en los despachos del poder donde se toman las grandes decisiones han sido y son una constante histórica. También la ciencia ha sido objeto de espionaje continuado. Hubo un tiempo —también en la actualidad— donde los mapas fueron un codiciado objeto de deseo. Su posesión permitía el conocimiento de rutas o territorios ignotos con alto valor económico o estratégico. La importancia del espionaje hizo que desde muy antiguo los estados se dotaran de servicios de espionaje perfectamente organizados y que para el cumplimiento de sus funciones hasta se estructuraran por especialidades que han producido roces y suspicacias entre las diferentes ramas del espionaje de un mismo país.
El mundo de los espías ha proporcionado nombres legendarios o llenos de glamour como los de Richard Sorge, Kim Philby y Mata Hari. Ha dado argumentos a la literatura y a la cinematografía. Pero en nuestro tiempo todo apunta a que el espionaje ha derivado en algo chabacano. Con el final de la Guerra Fría algunos pensábamos que el espionaje había entrado en declive. Craso error. Lo que había concluido era su época dorada. Se ha seguido espiando a diestro y siniestro. Quizá porque esto del espionaje lo llevamos en los genes. Tal vez, el ADN que al parecer puede reconstruirse en un homínido encontrado en Atapuerca nos depare toda una sorpresa. Todos siguen espiando a todos. Algunos, siguiendo una costumbre tan antigua, espían a sus amigos y aliados, con gran indignación por parte de los espiados. Hasta en el espionaje de altura parece ser que hemos llegado a la vulgarización. Posiblemente se siga espiando en apartados lugares hasta donde, según la clásica imagen del espía, se seguía a su objetivo. Con frecuencia en vez de lugares apartados los centros del espionaje eran los burdeles, por lo general de lujo, porque ante quienes ejercen su profesión en tales lugares se hablaba más de lo debido y se obtenía valiosa información. Hoy todo es más vulgar y también más sofisticado. Se instalan micrófonos en los restaurantes, se espían los correos de internet, a cualquiera que hable por un teléfono móvil o se utilizan los llamados drones. Hay quienes se pirran por tener un sistema de espionaje organizado y evitarse encargos a agencias de detectives, como al parecer, desvelan ciertos documentos de la Generalidad. Se pirran, aunque lo nieguen y suponga una pasta estando entrampados hasta las cejas. En 2014 los espías siguen en primera línea.
(Publicada en ABC Córdoba el 8 de enero de 2014 en esta dirección)