Mañana, 28 de junio, es el aniversario de la muerte de una mujer singular: Teodora, la emperatriz de Bizancio, esposa de Justiniano. Falleció hace mil cuatrocientos setenta años, en el 548. Llegó a la púrpura imperial desde unos orígenes humildes y después de haber pasado alguna etapa de su vida verdaderamente difícil, en la que ejerció la prostitución como forma de ganarse el sustento. Asociada al trono por su esposo, demostró en más de una ocasión su coraje y capacidad, como en el año 532, ante una revuelta popular, conocida como la revuelta de Niké -Victoria en griego- por ser el grito de los revoltosos. Fue un estallido de furia causado por las tensiones sociales existentes en Constantinopla, que brotó, como ha ocurrido en muchas otras ocasiones a lo largo de la historia, a partir de un enfrentamiento intrascendente. Una disputa entre verdes y azules, denominación de dos bandos enfrentados y que aludían colores que vestían los aurigas en las carreras de cuadrigas y que eran el acontecimiento más popular de la época. Frente al abatimiento de su esposo, dispuesto a huir y abandonar la ciudad, mostró un temple excepcional.
El profesor Corral me contaba una curiosa contradicción, según la pluma de Procopio de Cesarea, quien decía de Teodora en su «Historia de las guerras»: «Y Teodora, la emperatriz, dijo lo siguiente: «… Yo al menos opino que la huida es ahora, más que nunca, inconveniente, aunque nos reporte la salvación. Pues lo mismo que al hombre que ha llegado a la luz de la vida le es imposible no morir, también al que ha sido emperador le es insoportable convertirse en un prófugo. No, que nunca me vea yo sin esta púrpura ni esté viva el día en el que quienes se encuentren conmigo no me llamen soberana. Y lo cierto es que si tú, emperador, deseas salvarte, no hay problema: que tenemos muchas riquezas, y allí está el mar y aquí los barcos… Lo que es a mí, me satisface un antiguo dicho que hay: ‘el imperio es hermosa mortaja’». Cuando la emperatriz habló así, todos recobraron el ánimo».
Sin embargo, su visión de la emperatriz en otra de sus obras, la «Historia secreta» nos deja una visión muy diferente cuando nos dice « Era (Teodora) en efecto extremadamente ocurrente y salaz. Pronto llegó a ser admirada por su actuación, pues la mujer no tenía nada de vergüenza ni nadie la vio nunca turbada, sino que se prestaba sin vacilar a las más impúdicas prácticas… yacía a lo largo de la noche con todos los comensales y una vez que todos ellos renunciaban a continuar con este menester, ella iba junto a sus servidores, que tal vez eran treinta, y copulaba con cada uno de ellos… Cuando llegó a Bizancio de nuevo, Justiniano concibió un violento amor por ella… Así, el estado se convirtió en el combustible de este amor y Justiniano junto con Teodora no sólo arruinó todavía mucho más que antes al pueblo en la capital, sino por todo el imperio de los romanos.».
En la historia oficial, rinde pleitesía a Teodora, pero en un texto que él mismo denominó como secreto -Procopio se cuidó mucho de que viera la luz estando en vida-, la descalifica duramente. Esta contradicción convierte en apasionante el oficio de historiador y también revela una de las dificultades a las que ha de enfrentarse el estudio de la Historia.
(Publicada en ABC Córdoba el 27 de junio de 2018 en esta dirección)