No es oro todo lo que reluce. Los esplendores de la Córdoba califal echan una especie de manto sobre los muchos momentos sombríos por los que pasó la Córdoba de los Omeyas, que van mucho más allá del desastre de la fitna -nombre con el que se conoce a la etapa de descomposición del califato andalusí-, que acabó con los esplendores del califato y las turbas arrasando Medina Azahara. Destrucción que completaría el rigorismo de los almorávides.

En el año 818 el emir Al-Hakam I ordenaba pasar a sangre y fuego el conocido como arrabal de Saqunda, uno de los barrios más populosos de la Córdoba que todavía se encontraba lejos de los esplendores califales. Saqunda se encontraba más allá de la ribera derecha del Guadalquivir y estaba conectado a lo que eran los barrios principales, el de la Axerquía y la Medina, por el viejo puente construido por los romanos sobre el río. El conocido como el motín del arrabal está recogido en diferentes crónicas musulmanas, entre ella en la de Ibn Hayyan, conocida como al Muqtabis. Nos cuenta este autor que «la masa de cordobeses volvió a tener fricciones con el emir, haciendo fintas a su lanza, a maltratarlo y censurar su conducta, redoblándose su maldad en esto en el año 202 [de la hégira], pues se engolfaron en ello: no dejaban de murmurar, sus cabecillas recurrían a coloquios nocturnos en las mezquitas para ocultarse del sultán, contra quien conspiraban…». La interpretación que se ha hecho de la extraña expresión «haciendo fintas a su lanza» ha sido la de «hacer guiños a sus hijas», lo que, sin duda, supone una grave ofensa. Lo que nos dice este texto de Ibn Hayyan es que no era la primera vez que había protestas populares -«volvió a tener fricciones»- y que Al-Hakam I no gozaba del favor de sus súbditos. El malestar entre los cordobeses se debía, entre otras cosas, a que estaban sometidos a una fuerte presión fiscal. Tampoco gozaba el emir del favor de los ulemas. Nos dice Ibn Hayyan que los «cabecillas recurrían a coloquios nocturnos en las mezquitas». No debe extrañarnos porque el emir era poco cumplidor de la normativa coránica. Entre otras cosas le tenía una notable afición al vino y no solía acudir a la mezquita al rezo de los viernes. Los imanes, cuando llamaban a la oración desde los alminares de las mezquitas, lo invitaban a rezar llamándole borracho. No es de extrañar, por tanto, que fuera en las mezquitas donde se tramase el motín de Saqunda.

Los conjurados aprovecharon un enfrentamiento en el zoco entre un artesano y unos soldados para desatar la rebelión. Para hacer frente a los amotinados, que habían llegado hasta las puertas del alcázar, el emir ordenó a sus tropas que cruzasen el río y arrasasen Saqunda. Las viviendas y mezquitas del populoso arrabal fueron incendiadas. Una parte de sus vecinos pereció en aquella fatídica jornada, muchos otros fueron detenidos y ejecutados. Alguna crónica indica que más de trescientos fueron crucificados boca abajo. La mayoría de los supervivientes, temiendo las iras del emir, abandonaron Córdoba instalándose en Fez y otras ciudades del norte de África. Otros llegaron en su exilio hasta Alejandría de donde pasaron a Creta.

Hace ahora mil doscientos años de aquello. Un aniversario fatídicoporque no es oro todo lo que reluce, como piensan algunos.

(Publicada en ABC Córdoba el 7 de febrero de 2018 en esta dirección)

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