El supremacismo catalán del que tanto alardean los independentistas del nordeste peninsular presume de las profundas raíces culturales que le caracteriza como pueblo diferenciado. Más allá de falacias históricas inadmisibles, como la corona catalanoaragonesa –invento de un archivero tramposo del siglo XIX, llamado Bofarrull- o llamar de Secesión a la guerra de Sucesión española donde se disputaron la herencia de Carlos II, Austrias y Borbones, señalan como elementos fundamentales de esa identidad la sardana, el Fútbol Club Barcelona que, según los culés, es más que un club, la celebración de la festividad de San Jorge comparando libros y rosas -hasta fechas ahora mayoritariamente rojas- o las habaneras de las verbenas populares en las fiestas de muchos pueblos catalanes.
Pero a poco que se indague en estas señas de identidad encontramos dos realidades incontestables. La primera, que tienen cierto recorrido temporal. Casi todas están ligadas a tiempos que en Historia se conocen como Edad Contemporánea. No hunden sus raíces en un viejo pasado medieval propio de los tiempos del conde Vifredo conocido como “el velloso”, es de suponer que por ser hombre de grandes pelambreras, que allí llaman “el pilós”. Ninguna es tan antigua como quieren hacer creer.
La segunda es el origen foráneo de esas tradiciones ancestrales. La sardana, que conocemos como danza emblemática de Cataluña, no va más allá de mediados del siglo XIX, hay quien apunta concretamente al año 1849, fecha en que se le dio la forma musical con que ha llegado a nuestros días. Su creador fue uno de esos inmigrantes, a quienes los supremacistas llaman charnegos, natural de Alcalá la Real, en la provincia de Jaén. Se llamaba José Ventura, aunque se le ha rebautizado como Pep Ventura. Otro rebautizado es quien fuera fundador del Barça. Se le conoce como Joan Gamper, pero su verdadero nombre es Hans-Max Gamper Heissig, natural de una ciudad suiza que tiene nombre de compañía de seguros. Además del F.C Barcelona fundó otro equipo en Zúrich, fue futbolista, jugador de rugby y reconocido atleta. Aterrizó por Barcelona en 1899 donde invitó a los extranjeros residentes en la Ciudad Condal a reunirse para jugar al fútbol y pocas semanas después aquel puñado de extranjeros fundaba lo que con el paso de los años sería “más que un club”. Las habaneras que se cantan en las fiestas populares de muchas localidades, tienen su origen, como su propio nombre indica, en la Habana colonial, al otro lado del Atlántico. En aquella ciudad había los llamados cantes de ida y vuelta relacionados con Cádiz y llegaron a Cataluña de la mano de los comerciantes que podían hacer negocios ultramarinos gracias a los malvados borbones. Felipe V autorizó por primera vez, en la Cortes de 1701-1702, a que anualmente dos barcos catalanes pudieran comerciar con América y Carlos III abrió el puerto de Barcelona al comercio con las Indias sin ninguna restricción. La celebración de Sant Jordi con un libro y una rosa no va más allá de 1926 -la tradición de la rosa es más antigua, pero no así la del libro- y fue idea de un librero valenciano llamado Vicente Clavel Andrés y contó con el apoyo institucional de otro rey borbón, Alfonso XIII que declaró el 23 de abril, festividad de San Jorge, como Día del Libro Español, fecha relacionada con la muerte de Miguel de Cervantes.
Si me apuran hasta el Premio Planeta, santo y seña de la industria tipográfica catalana, es creación de otro andaluz, natural del pueblo sevillano de El Pedroso.
(Publicada en ABC Córdoba el 9 de mayo de 2018 en esta dirección)