El bipartidismo se instaló en la política española tras los balbuceos iniciales de los años de la Transición. En la década de 1976-1986 se configuró la Unión de Centro Democrático, vencedora de las dos primeras elecciones -1977 y 1979-, desapareció porque la suma de siglas que lo componían terminó explotando. Se produjo el ascenso meteórico del PSOE en las elecciones de 1982, obteniendo 202 diputados, y la reorganización de la derecha pasó de ser Alianza Popular, con fuertes reminiscencias franquistas, a convertirse en el PP, una derecha de homologación europea. También el PCE se convirtió en Izquierda Unida. A partir de entonces el bipartidismo se instaló hasta que treinta años más tarde, la irrupción, como mucha fuerza de una extrema izquierda, hasta entonces representada por IU, alteró el mapa político de España y mostraba una nueva situación en la configuración de nuestra política. Muy poco después, en parte, solo en parte, vino la reacción al extremismo izquierdista con la aparición de Vox, una extrema derecha. Si a ello se sumaba el auge de unos nacionalismos que se presentaban con fuertes tintes independentistas, tanto en Cataluña como en el País Vasco, el nuevo panorama quedaba completado. Fueron muchos los que anunciaron que el bipartidismo había muerto, al considerar esas novedades de carácter estructural.

No han pasado diez años y el bipartidismo vuelve a imperar en nuestra política, si bien tanto por la extrema izquierda como por la extrema derecha -esta última es la principal novedad porque extrema izquierda siempre hubo de la mano de los comunistas- hay formaciones con cierto apoyo electoral, amen de los independentistas, que hacen imprescindibles los pactos para dar cierta estabilidad a los gobiernos. En ese terreno, el de los pactos, Sánchez no ha vacilado -cambiando de opinión, que es como llama a mentir descaradamente-, a la hora de pactar con quienes le producían insomnio, con quienes afirmó que jamás lo haría, caso de Bildu, o con los independentistas catalanes a quienes indultó, después de haberlo negado. Pero cambiaba de opinión y rebajaba el delito de sedición, mintiendo al afirmar que adaptaba nuestra ley a las que imperaban en Europa. Para Sánchez es una abominación que el PP pacte con la extrema derecha y llegue a acuerdos de gobierno. Sin embargo, él pacta con la extrema izquierda, con los independentistas de Esquerra Republicana que sostienen que su objetivo es la independencia de Cataluña o con los herederos políticos de ETA que piensan lo mismo en el País Vasco. El PP debería olvidarse de complejos, como hace Sánchez -el PSC acaba de cerrar acuerdos con los independentistas de ERC para gobernar en varias docenas de ayuntamientos en Cataluña-, y cerrar acuerdos con Vox como compañero de viaje porque tiene, fuera de ese campo, muy poco donde elegir.

El bipartidismo, representado por el PSOE y el PP, ha recuperado parte del fuelle político que tuvo antes de 2014, pero está abocado a pactar. Esa necesidad, salvo en ocasiones contadas, fue una realidad a la que acudieron Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy. Esos pactos, por voluntad de los electores, se han convertido en una necesidad política. Pero la falta de finura, la ‘manca fineza’ que decía Andreotti, es otra de nuestras señas de identidad.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 30 de junio de 2023 en esta dirección)

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