Los líderes de Podemos dudan sobre si concurrir a las elecciones ante el temor de que sus promesas queden en evidencia.

LAS situaciones críticas han sido siempre propicias a las actuaciones demagógicas. Es decir, la demagogia suele encontrarse el terreno abonado cuando las dificultades y los problemas ponen en aprietos a amplios sectores de una sociedad. La palabra demagogia —un tanto desgastada por su uso habitual y con frecuencia poco adecuado— significa, en la segunda de las acepciones del diccionario de la Real Academia de la Lengua, degeneración de la democracia. En política se practica mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, para tratar de conseguir o mantener el poder. La práctica de ganarse el favor popular mediante los halagos es muy antigua. Demóstenes, que tenía ciertas dificultades para la oratoria, arremetía contra los oradores, considerándolos demagogos porque sólo hablaban y lo hacían como el público deseaba que lo hicieran. Muchos años más tarde, ya en el Renacimiento, Maquiavelo afirmaba que la demagogia era el engaño mediante el ocultamiento de la realidad en el discurso político.

El halago verbal siempre ha tenido su público, pero en las situaciones problemáticas aumenta de forma exponencial. Un tiempo como el que nos está tocando vivir, lleno de dificultades y de cambios continuos, muchos de los cuales producen no poco desconcierto, es propicio a esos halagos verbales y a la promesa de perspectivas que son auténticas fantasías, pero que es lo que mucha gente desea oír. Líderes como los de Podemos lo han hecho sin el menor de los reparos. Todo su discurso ha sido halagar a una sociedad, enconada por razones muy diversas, contra el sistema que la rige. Han dicho a la gente lo que desea escuchar, aunque se trate de planteamientos insostenibles. Han encontrado audiencia porque han presentando quimeras como si fueran promesas que es posible materializar.

Ahora, cuando se acercan unas elecciones como las municipales, donde son imprescindibles estructuras organizativas para poder concurrir no saben qué hacer. Titubean porque organizar un partido sería entrar en el sistema —ellos lo llaman casta— del que dicen abominar. Dudan pese a unas intenciones de voto que impresionan en sus porcentajes. ¿Por qué dudan si presentarse esgrimiendo nuevas razones de halago a quienes les han votado o tienen intención de hacerlo, según las encuestas? Con esas expectativas electorales no es una quimera tocar poder. Eso significaría poder llevar a la práctica sus teorías. Por ejemplo, no pagar las deudas que tengan contraídos los ayuntamientos. Por ejemplo, establecer el salario del que hablan para todos los vecinos. ¿No será que tener que buscar soluciones a los problemas de los ciudadanos queda muy lejos de las prédicas?

En esa tesitura, salvo que se trate de una táctica, los dirigentes de Podemos dudan si concurrir a las elecciones ante el temor de que sus planteamientos queden en evidencia. Los ayuntamientos son la administración más cercana al ciudadano y en ellos se revela, como en ninguna otra, la distancia que hay entre predicar y dar trigo. El temor a que sus promesas queden en agua de borrajas, sus dudas -salvo que se trate de una estrategia-, las envuelven en demagogia: no concurren, dicen, por respeto a la gente, al carecer de infraestructura. ¿Casi un año antes de las elecciones y con sondeos que apuntan al veinte por ciento de intención de voto?

(Publicada en ABC Córdoba el 1 de octubre de 2014 en esta dirección)

Deje un comentario