El desorden en el cuidado del patrimonio vegetal se expresaba ya en ordenanzas del siglo XVI y parece seguir plenamente vigente.
UNA polémica tala de árboles en la Carretera de las Ermitas ha planteado de nuevo la necesidad de elaborar una ordenanza municipal para regular dichas talas y, en su caso, proteger especies singulares. El Ayuntamiento afirma que está dispuesto a catalogarlos para determinar los elementos del patrimonio vegetal de la ciudad. Un patrimonio del que no forma parte la frondosa vegetación que crece en las riberas del Guadalquivir, creando no pocos problemas porque, desde antaño, esas «selvas» preocupan bastante poco a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir que cobra a los ayuntamientos sumas importantísimas en concepto del llamado canon de vertidos que conlleva la obligatoriedad de mantener los cauces hídricos limpios.
El interés por los árboles es muy antiguo en tierras de Córdoba. En Cabra, por ejemplo, se dejaba constancia de ello en las ordenanzas municipales aprobadas por su cabildo a finales del siglo XVI, concretamente en el año 1593. Se decía textualmente (el lector perdonará el uso de la ortografía del escribano que las redactó, pero mantenerla da cierto sabor al párrafo) en un ordenanza relativa a la tala de encinas y chaparros: «Vista la gran deshorden que ay en el cortar y talar las encinas desta Villa, se hordena y manda que ninguna persona corte encina ni chaparro por el pie, ni rrama en monte ni en labranças so pena de dos myll maravedís por cada encina o chaparro que cortare por el pie y por cada rrama seysçientos maravedís…» Añadían las autoridades pena de cien azotes en público si era persona a la que se pudiera afrentar, en caso de ser «de calidad» quince días en la cárcel.
No eran sólo las encinas objeto de defensa en dichas ordenanzas municipales. En otra de ellas, dedicada a los nogales, se decía: «Porque la prençipal fruta que ay en esta Villa es la çereza y la nuez y los arboles de más probecho e de mayor ornato y buen parescer para las guertas son los nogales y çereços, se ordena y manda que ninguna persona corte nyngun cerezo ni nogal que tenga en heredad suya si no le fuere dada liçençia por escrito por el conçexo desta Villa, so pena de seysçientos maravedís». No andaban muy desencaminados, los cerezos son hoy de tal provecho y ornato, en zonas como el valle del Jerte, que se han convertido, cuando llega la floración, en una importante atracción turística.
Desde Simblia, todavía pueden verse como algunas centenarias encinas siguen formando parte del paisaje. Pero los cerezos han desaparecido por completo —ignoro las causas—, pero ya no constituyen el «ornato y buen parescer» de las huertas de Cabra. También los nogales están en franca retirada. Todo hace pensar que la normativa no se cumplió, aunque en más de cuatrocientos años pudieron pasar tantas cosas que hoy desconocemos…
El «deshorden que ay en el cortar y talar», que señalaban las ordenanzas de hace más de cuatro siglos, sigue vigente. Hay vecinos encantados con el corte de los árboles. Otros protestan. Una ordenanza sobre la tala de árboles en Córdoba, atascada desde hace años, es una necesidad. Esas talas no pueden quedar al albur de unos munícipes o de unos vecinos ante quienes los munícipes, a veces, ceden por razones puramente electorales.
(Publicada en ABC Córdoba el 6 de septiembre de 2014 en esta dirección)