Medina Azahara está ya en la lista de lugares que aspiran al sello de la Unesco, un camino largo donde nada está garantizado.

HA sido un proceso largo y complejo. Con avances y retrocesos, según la coyuntura política. Esos pasos hacia adelante y hacia atrás, como la danza del rigodón, han dependido de quien manejara en un momento determinado los hilos de la cultura oficial, ya desde las instancias ministeriales, ya desde los despachos autonómicos. Nos referimos a los vaivenes vividos por el conjunto arqueológico de Medina Azahara, la ciudad palatina de los califas omeyas de Al-andalus que, en muchos otros lugares del mundo, sería desde hace muchas décadas uno de los emblemas de ese territorio porque Medina Azahara, pese a su agitada peripecia histórica que la llevó a su práctica desaparición engullida por la vegetación, a ser cantera que aprovisionó de materiales otras construcciones —destino de muchos otros monumentos cargados de historia—, a que se la llamara con el nombre de «Córdoba la Vieja» como se referían a ella los eruditos del siglo XIX, es mucha Medina Azahara.

El conjunto arqueológico, que nos revela, aunque sólo sea de una forma pálida, lo que fue la vida de los califas cordobeses en el momento de su máximo esplendor, está en el camino, aunque mejor sería decir que todavía en la parrilla de salida —como los vehículos al inicio de una prueba automovilística— de convertirse en Patrimonio de la Humanidad. Medina Azahara está ya en la lista de lugares que aspiran a alcanzar ese reconocimiento. Más allá de las declaraciones contenidas en la propuesta que hablan de su excepcionalidad como centro de poder —tuvo muy corta duración— al que acudían embajadas de los más alejados rincones del mundo conocido o que su desaparición la convirtiera en un mito literario que entroncaba con el paraíso perdido, Medina Azaha es una de las representaciones más acabadas de un tiempo de nuestro pasado que, relegado durante mucho tiempo por las más diversas causas, constituye un elemento medular de la Historia de España.

El camino para su declaración como Patrimonio Universal de la Humanidad es largo y nada está garantizado. Ni siquiera que permanezca en esa parrilla de salida. Hay experiencia de ello. Incluida en el listado de propuestas en 1998 desapareció, cuatro años más tarde, tras una maniobra oscura y tan opaca que su desaparición del listado no se descubrió hasta pasados otros cuatro años. Otra vez estamos en el comienzo de la carrera y tenemos duros competidores que cuentan con apoyos sustanciales. Medina Azahara ha de guardar ahora una especie de cuarentena, cifrada en un año, antes de que el gobierno pueda presentarla como candidata a ese selecto club que conforman el Patrimonio material e inmaterial de la Humanidad. Mientras tanto habrán de perfilarse los requerimientos justificativos requeridos por la Unesco. Ese no es el problema.

Los valores de Medina Azahara pueden acreditarse sin muchas dificultades. El problema mayor está en que habrá que estar vigilantes para que no ocurra de nuevo lo mismo que en 2002. No valen declaraciones altisonantes. La noticia ha sido acogida con la natural alegría de las autoridades cordobesas, pero hemos observado en ellas una prudente cautela. Mejor así para que la historia no se vuelva a repetir.

(Publicada en ABC Córdoba el 22 de noviembre de 2014 en esta dirección)

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