En los circos que nos acompañaron en nuestra infancia y adolescencia el mantenedor, que era figura principal en las actuaciones animando al público con su verbo, llevaba al culmen de la emoción en el momento en que los trapecistas acometían los números más llamativos y peligrosos. Finalmente se iba al «más difícil todavía». En el trapecio se acometía un triple salto mortal o se actuaba sin red. Nunca entendí lo de sin red porque no repercutía la vistosidad de la actuación, si bien aumentaba el peligro y probablemente subía la descarga de adrenalina de quienes le daban a aquello un valor añadido. Recuerdo haber visto a muchas personas taparse los ojos cuando se iba a acometer el salto y se imponía el silencio en las gradas y sólo se escuchaba el redoblar de un tambor que hacía aumentar la tensión del momento.

Comienza ahora un extraño curso escolar sin que sepamos muy bien cuales pueden ser las consecuencias que se deriven de la apertura de los centros escolares, dadas las circunstancias en que nos encontramos. Va a ser un problema controlar a los niños en las guarderías y el tramo de la educación infantil. La propia edad de los escolares, que ya complica el trabajo en circunstancias normales, se convierte en un serio problema. ¿Cómo utilizarán las mascarillas? ¿Cómo guardarán la distancia mínima de seguridad? ¿Cuál es la ratio de alumnos por aula? ¿Cómo van a desarrollarse los recreos? Ese alumnado tiene muy pocos años y resulta complicado establecer normas de obligado cumplimiento por razones de edad, al ser todos menores de seis años. En las guarderías serán muchos los que llevarán chupete. No es más alentador el panorama en la Enseñanza Primaria. Por razones de edad —están entre los seis y los doce años— el control, a priori, parece más fácil, pero las ratios existentes son elevadas, demasiado para mantener las distancias de seguridad. El número de aulas de los centros es limitado y los profesores que atienden ese tramo educativo no son suficientes para realizar unos desdobles que serían necesarios. Está también el control en los recreos. En los institutos los problemas pueden ser incluso mayores, al encontrarse gran parte de los alumnos de la Enseñanza Secundaria Obligatoria y los de Bachillerato Formación Profesional, en los difíciles y complicados años de la adolescencia. Muchos de ellos son los asiduos a los botellones que, desaconsejados e incluso prohibidos, no han dejado de celebrarse. Los espacios en los centros también están limitados y las ratios por aula son demasiado altas para mantener las distancias de seguridad. Añádase a ello que se ignora el número de alumnos que pueden estar contagiados o cuantos sin pruebas PCR pueden ser asintomáticos. Otro tanto ocurre con el profesorado al que, en algunos sitios, se les han practicado pruebas serológicas, en circunstancias poco recomendables, deprisa y corriendo, y en otros lugares ni eso.

El panorama no es más halagüeño en las universidades —el ministro, el podemita Castell, lleva meses desaparecido— donde no se tiene claro cómo comenzar el curso. Se habla de combinar, también en otros niveles educativos, la enseñanza presencial con la virtual, sin que se sepa muy bien cómo abordarla ni cómo implementarla.

Los padres están preocupados —algunos asustados— los profesores también porque se van a enfrentar a una tarea que, si de por sí ya es difícil en situación de normalidad, ahora se convierte en titánica.

Acometen su trabajo, como el trapecista dispuesto al máximo riesgo, sin red.

(Publicada en ABC Córdoba el 12 de septiembre de 2020 en esta dirección)

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