Hoy se cumplen 200 años de la firma de la paz de Valençay donde nuestros antepasados lucharon contra la invasión de Napoleón.
HOY, 11 de diciembre, se cumplen doscientos años de la firma de la paz de Valençay. Fue la paz que puso fin a más de cinco años de una guerra donde nuestros antepasados se batieron contra los ejércitos napoleónicos que habían invadido España subrepticiamente, aprovechando que el tratado de Fontainebleau les permitía entrar en la península Ibérica con el objetivo de conquistar Portugal. Napoleón había engañado a Godoy, el valido de Carlos IV, prometiéndole la corona del Algarve portugués cuando fuera conquistado. Aquella guerra, que comenzaba el 2 de mayo de 1808, concluyó oficialmente el 11 de diciembre de 1813.
El bicentenario de ésta efemérides, si se hubiera considerado un momento importante de nuestra historia, habría permitido recordar la conclusión de una contienda donde el concepto de nación, referido a España, se puso de manifiesto de forma inequívoca en todos los rincones de la vieja piel de toro. Sin embargo, ha pasado, lamentablemente, sin pena ni gloria. Ignoro si desde las estancias del poder se ha considerado como algo políticamente incorrecto recordar que la paz de Valençay —lleva ese nombre porque se firmó en dicha ciudad francesa donde Fernando VII había vivido su dorado exilio desde que renunciara a sus derechos al trono tras los vergonzosos episodios de Bayona y desde ella escribía cartas a Napoleón felicitándolo por sus victorias en España— ponía punto final a un conflicto en el que, por ejemplo, Cataluña había tomado parte en la lucha contra el invasor, como en cualquier otro rincón de España. Los nombres de patriotas de dicho territorio llenaron algunas páginas de aquella belicosa historia. Agustina de Aragón era catalana, nacida en Barcelona, se convirtió en heroína y símbolo de la lucha contra el invasor en la defensa de Zaragoza. En esa guerra se gesta la leyenda del tambor del Bruch que habría resonado en las paredes del monasterio de Montserrat, llamando a la lucha a los somatenes catalanes que derrotan en aquel paraje a las tropas imperiales que mandaba el general Duhesne. En esa guerra los defensores del castillo de Figueras resistieron muchos meses y sólo entregaron la plaza cuando habían sido diezmados y buena parte de ellos habían perecido en las murallas. También en esa guerra Gerona resistió varios asedios. En el último, con el general Álvarez de Castro como protagonista, soportó un largo sitio de más de siete meses y sólo se rindió cuando sin comida ni agua la resistencia resultó imposible. Guerrilleros catalanes fueron Joan Llimona, de Manresa; Joan Baget, de Lérida; Joan Pau Clarós, de Barcelona; Joaquim Ibáñez, barón de Eroles, de Talarn; José Bosch, de Pont de Molins o Joan Clarós que dirigió la guerrilla en el Ampurdán.
Si alguno de los asesores del ministro de Educación, que también lo es de Cultura, hubiera estado más atento a la efemérides, quizá no hubiéramos llegado a fin de año sin el oprobioso silencio que les ha merecido el acontecimiento. Todo indica que están más atentos a desbarrar con las condiciones de las becas de los Erasmus o con los forcejeos, incluidas las comunidades gobernadas por el PP, para la aplicación de la nueva ley de Educación recientemente aprobada.
(Publicada en ABC Córdoba el 11 de diciembre de 2013 en esta dirección)