Sonó a chiste el amago de huelga este mes en boca de un secretario general de esos sindicatos apesebrados por las subvenciones.
QUEDAN lejos, muy lejos los tiempos en que Marcelino Camacho, dirigente sindical y referente de CC.OO., hacía llamamientos a los trabajadores y encontraba respuestas que revelaban su enorme autoridad moral. Quedan también lejos, muy lejos los tiempos en que Nicolás Redondo, el secretario general de UGT, escribía una carta al entonces presidente del gobierno, Felipe González, renunciando a su escaño de diputado en el Congreso y censurando la política que el ejecutivo llevaba a cabo en materia laboral. Por eso, cuando Camacho y Redondo llamaron a la huelga general a los trabajadores españoles un 14 de diciembre del que pronto se cumplirán veinticinco años, la respuesta fue masiva. El país quedó paralizado. La televisión fundida en negro. Colegios, institutos y universidades cerrados. Ambulatorios y hospitales con los servicios mínimos. Polígonos industriales desiertos, como las calles de las grandes ciudades. El campo solitario. No abrieron comercios y centros comerciales y no fue necesaria la actuación de los piquetes. Los trabajadores respondieron a la llamada a la huelga, estando o sin estar sindicado, porque quienes la convocaban tenían autoridad moral para hacerlo.
Hoy, cuando los actuales secretarios de UGT y CC.OO. están empeñados en tapar las vergüenzas de las organizaciones que dirigen, las cosas son muy diferentes. Y son diferentes porque esas organizaciones están amarradas al pesebre de las subvenciones. Hoy cuando esas centrales sindicales movilizan a sus cuadros para insultar a una juez que ha imputado a alguno de sus dirigentes y en una actitud machista sin reparos la llaman fea, las cosas son muy diferentes. Hoy cuando está probado —la Junta de Andalucía gobernada por sus correligionarios ha exigido el reintegro de cantidades simbólicas para lo que se ha cocinado— que han falsificado facturas para que con dinero del erario público se paguen comidas, saraos y celebraciones las cosas son muy diferentes. Hoy, cuando un dirigente de UGT en Andalucía afirma no saber qué hacer con tanto dinero e incluso señala que la abundancia de numerario se estaba convirtiendo en un problema porque las «mordidas» fluyen como un maná que no cesa, las cosas son muy diferentes. Hoy cuando la investigación judicial apunta hacia esas centrales sindicales como participantes de la sangría de dinero público de los ERE y algún dirigente está encarcelado, las cosas son muy diferentes. Hoy, cuando líderes sindicales cordobeses, que llaman mafias a organizaciones que buscan socorrer mediante iniciativas solidarias a los que más lo necesitan, están incursos en procedimientos judiciales donde todo apunta a que la legalidad ha sido gravemente vulnerada, las cosas son muy diferentes.
Tan diferentes que se han quedado sin autoridad.
Hoy en unas circunstancias donde, dada la situación por la que atraviesa la economía del país y las nuevas condiciones laborales de los trabajadores y el llamamiento a una huelga general debería dejar nuevamente paralizado al país, acumulan estrepitosos fracasos. Sonó a chiste el amago verbal de una huelga para este mes de noviembre en boca de uno de los secretarios generales de estos sindicatos si el gobierno no asumía sus demandas. Sonó a chiste porque carecen de la menor autoridad para hacer un llamamiento y que, más allá de sus paniaguados, encuentren la respuesta de los trabajadores que necesitan unos sindicatos… con la autoridad de hace veinticinco años.
(Publicada en ABC Córdoba el 20 de noviembre de 2013 en esta dirección)