En Córdoba se hace una vez al año y, ocasionalmente, en Cabra, tierra de mártires mozárabes como San Rodrigo o San Arcesindo.

COMO sostiene Jesús Sánchez Adalid los mozárabes son una de las muchas páginas olvidadas de nuestra historia. Ese olvido, en el caso de Córdoba, reviste una particular gravedad porque fue aquí, en el corazón del poder islámico peninsular durante varios siglos, donde los mozárabes, hispanos que se mantenían fieles a la religión de sus antepasados, se enfrentaron, con medios muy limitados, al poder establecido. Hoy su recuerdo en Córdoba está reducido a poco más que al nombre de una calle y a la celebración de una misa anual siguiendo el llamado rito mozárabe.

El origen del rito mozárabe se encuentra en el llamado rito visigótico o hispánico que era el que se utilizaba en el reino visigodo de Toledo para oficiar la misa e imperó en la Península Ibérica hasta ser desplazado por el ritual romano. Era una singularidad de la iglesia hispánica, como también lo era el calendario que se regía por la llamada «era hispánica» y que contaba los años a partir del 38. Al parecer, la razón se encuentra en que fue en dicho año cuando los romanos dieron por pacificada Hispania, al cesar la resistencia de las últimas tribus indígenas. La datación por la «era hispánica» se mantuvo en vigor hasta el siglo XIV.

El rito hispánico o visigótico se mantuvo hasta poco antes de la conquista de Toledo. Alfonso VI, influido por la orden de Cluny, los llamados monjes negros por el color de su hábito, decretó su prohibición, que se encontró fuertes resistencias y no resultó fácil introducir el ritual romano en muchos lugares de los reinos cristianos peninsulares. Por ejemplo sabemos que Toledo, después de reconquistado, los descendientes de los mozárabes se aferraban a la antigua liturgia. Ni que decir tiene que el efecto de la prohibición alfonsina entre los mozárabes fue nulo, al vivir estos en territorio que quedaba fuera de su jurisdicción. Al ser ellos quienes mantuvieron viva esa liturgia acabó denominándose rito mozárabe. La preferencia mozárabe por la liturgia de la época visigótica llevó a que, cuando una ciudad musulmana pasaba a dominio cristiano, en las capitulaciones se estipulase que el clero mozárabe renunciaría al viejo ritual, lo que nos indica la intensidad de esa resistencia. Córdoba fue una excepción en esas estipulaciones y la liturgia visigótica se mantuvo en la ciudad durante algunas décadas después de la conquista cristiana, hasta que acabó por desaparecer.

Cisneros, a quien Joseph Pérez, el reciente premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales, ha reivindicado —otra vez un extranjero— frente a quienes sólo ven en él al clérigo intransigente que forzó la conversión de los mudéjares granadinos, se percató de la pérdida cultural que suponía la desaparición del rito mozárabe y ordenó, en las postrimerías del siglo XV, que en una capilla de la catedral de Toledo se oficiase misa, según establecía la liturgia visigótica. El ritual mozárabe se oficia en la actualidad, además de en la mencionada capilla toledana, en algunos otros lugares con el permiso del arzobispo de Toledo, que ha de solicitar el ordinario de la diócesis correspondiente. En Córdoba se hace una vez al año y, ocasionalmente, se ha celebrado en Cabra, tierra de mártires mozárabes como San Rodrigo, patrón de la ciudad, o San Arcesindo.

(Publicada en ABC Córdoba el 25 de noviembre de 2014 en esta dirección)

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