Puede que la serie «Isabel» no guste a quienes tratan de inventar la historia de un «estado catalán» en la Edad Media.
La excusa del rigor histórico ha sido el argumento esgrimido por el Ayuntamiento de Barcelona para negarle a la productora de la serie «Isabel» la posibilidad de rodar algunas escenas de uno de los capítulos de lo que será la tercera entrega de la serie.
Señalamos en su día que, pese a la falta de medios, lo que llevaba a abusar de las escenas de interior, la ambientación era correcta. También —con algunas licencias como era el caso de ciertas actuaciones protagonizadas por Gonzalo Fernández de Córdoba— los capítulos emitidos eran bastante respetuosos con la historia. Desde luego nada que ver con películas como la «Troya» de Brad Pitt, por citar sólo un ejemplo del tipo de engendros que produce Hollywood en el terreno del «cine histórico». En la segunda serie —recién estrenada—, se han corregido algunos deslices, como denominar majestad a los reyes a finales del siglo XV, cuando el término correcto era el de alteza. Pero no podemos perder de vista que «Isabel» no es un documental, es una ficción y como tal usa libertades propias de una producción cinematográfica de este estilo.
Extraña pues, la exigencia de un rigor histórico para denegar los permisos necesarios por parte del Ayuntamiento de Barcelona. Sobre todo cuando en Cataluña no hay precisamente celo en este terreno. Más aún, se aportan recursos económicos a la sarta de mentiras históricas, bajo la excusa de interpretaciones, que proliferan, por ejemplo, a cuenta de la guerra de Sucesión por no hablar de sandeces, como por ejemplo, las que señalan a Cervantes como un catalán de nacimiento que ocultaba su apellido por miedo a la Inquisición.
Es posible que la excusa del rigor histórico sea una cortina de humo para no prestar apoyo a una serie, pese a que la productora es catalana y una parte no pequeña de los artistas que interpretan a los personajes de «Isabel» son catalanes, porque en dicha serie se habla de corona de Aragón y no de corona catalanoaragonesa como algunos pretenden denominarla sin el menor rigor histórico y la aquiescencia de las mismas autoridades que ahora niegan los permisos. Quizá las trabas al rodaje se encuentren en que en algún capítulo venidero veamos salir a Colón del puerto de Palos, en la costa onubense, iniciando el viaje que lo llevó al descubrimiento de las tierras del otro lado del Atlántico. Quizá esgrimen el rigor histórico porque el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón significaba poner los cimientos del primer estado moderno de Europa, denominado España desde hace más de quinientos años —el concepto es mucho más antiguo—, como resultado de la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón.
Es posible que la serie no guste a quienes tratan de inventar una historia en la que el «estado catalán» se remontaría a la Edad Media. Porque una cosa es tener instituciones de una larga trayectoria histórica, como la Generalitat, y otra muy diferente querer convertirlas en lo que no eran. Quizá teman que «Isabel» siendo una obra de ficción, desmonte, a los ojos de quienes dan a las películas tanto crédito como a algunas falacias históricas muy extendidas en la actualidad por el principado.
(Publicada en ABC Córdoba el 18 de septiembre de 2013 en esta dirección)