Se han celebrado en Madrid los encuentros de fútbol correspondientes a las semifinales de la Champions League, entre los dos equipos más importantes de la capital de España: el Real Madrid y el Atlético de Madrid. Es ya una costumbre que esos partidos se rodeen de todo un ritual, cada vez más complejo. Un ritual que es alentado por los propios jugadores y por algunos medios de comunicación. Hoy las aficiones viven lo que ha venido en denominarse como el prepartido -también hay postpartido- y que lleva a la concentración de verdaderas multitudes a las calles antes de que comience el encuentro. Las aficiones se dan cita en determinados lugares para acudir en masa, entre gritos de ánimo y cánticos, al estadio. También en los alrededores de campo donde se disputa el partido se concentra, desde horas antes de comenzar el encuentro, una muchedumbre para recibir a los equipos y jalearlos. En esos ambientes de exaltación y euforia, también de tensión, resulta fácil que prenda una chispa y se desencadene un alboroto. Por ello, los partidos de ese nivel suelen denominarse como de alto riesgo y, ciertamente, el riesgo existe. Desgraciadamente vemos que con frecuencia se desatan verdaderas batallas campales entre los hinchas de los equipos contendientes.
En esas circunstancias se ha hecho necesario aumentar de forma considerable las medidas de seguridad y se llevan a cabo grandes despliegues policiales ante la posibilidad de enfrentamientos violentos o de graves altercados. En las circunstancias actuales tampoco es ajeno el temor a que ante tan grandes concentraciones y la enorme repercusión mediática que se deriva de estos partidos se materialice alguna amenaza terrorista.
En el caso de los encuentros disputados en Madrid el despliegue de seguridad arroja cifras llamativas: ochocientos agentes en el interior de los respectivos estadios a los que hay que añadir otros dos mil más controlando diferentes puntos de la ciudad y las zonas aledañas al campo donde se juega. Eso supone un elevado gasto que, dadas las circunstancias, es una necesidad. El riesgo es tan real que en encuentros de las denominadas categorías inferiores -muy alejadas de estas grandes concentraciones de hinchas-, hay energúmenos que con frecuencia consideran los terrenos de fútbol un campo de batalla donde desahogar sus frustraciones o poner de manifiesto su incivismo y en la mayor parte de los casos no hay seguridad alguna.
Nos parece lógico que no se oigan voces para protestar por el enorme gasto que suponen esos grandes despliegues policiales en aras de una mayor seguridad. Esas voces no serían bien recibidas y, en buena medida, serían poco razonables. La amenaza de alteraciones existe y tomar medidas para prevenirla es importante. Sin embargo, en otras circunstancias en que se producen grandes concentraciones, que nada tienen que ver con esta clase de partidos de fútbol, hemos visto como se alzaban numerosas voces contra el gasto que suponía la existencia de un importante dispositivo policial. La concentración de esas multitudes, como en el caso de estos partidos, también hace necesaria la seguridad, pero abundan las críticas. Ocurrió, por ejemplo, cuando el Papa visitaba España y también cuando se llevó a cabo la coronación de Felipe VI. Entonces se alzaron voces contra aquel gasto y era frecuente oír: ¿Quién paga todo esto?
No abogamos por la falta de seguridad. Pero sí rechazamos que quienes alzan la voz en determinadas circunstancias, guarden silencio en otras. Usan diferentes varas de medir lo que pone de manifiesto cierta dosis de sectarismo.
(Publicada en ABC Córdoba el 13 de mayo de 2017 en esta dirección)