Soy consciente de que resulta pretencioso formularse una pregunta como la que da título a la columna de hoy, disponiendo de tan limitado espacio para dar una respuesta. Sin embargo, no me resisto, en las circunstancias presentes, a la tentación de hacer una reflexión acerca de que podemos entender por Europa -al menos desde una perspectiva muy concreta- cuando muchos de los valores que nos caracterizan están seriamente amenazados. Europa, más allá de estrictos conceptos geográficos, es en gran medida la civilización a la que dieron vida los griegos primero, luchando contra el gregarismo que significaba la amenaza del imperio persa -actualmente Irán-, desde perspectivas individuales, salvo cuando un macedonio, llamado Alejandro el Magno, los reunió por un tiempo tan breve como su existencia, y después los romanos al extenderla  en torno a las riberas del Mediterráneo, por Oriente Medio, el norte de África y hasta el corazón de Europa creando un imperio que hizo del latín una de sus señas de identidad.

Esa civilización, muy modificada en muchos de sus planteamientos, sirvió de base al cristianismo que se impuso como religión en la mayor parte del continente, por tierras de Oriente Medio y el norte de África; justo hasta donde habían llegado las legiones de Roma. Más tarde alumbró los grandes movimientos de la cultura y el arte medieval -románico y gótico-, aunque ya se había dejado fuera de su espacio parte de Oriente y todo el norte de África, sometido a las huestes musulmanas que también ocuparon la vieja Hispania, pero sin doblegar por completo a sus habitantes que, resistiendo primero en las montañas del norte peninsular, avanzaron lentamente hacia el sur hasta incorporar la totalidad de la Península a esa civilización que, desde una perspectiva religiosa, ya se dividía en ortodoxos y romanos.

Esa civilización dio vida al renacer de esa cultura grecorromana y superó nuevos enfrentamientos religiosos vividos con trágica intensidad durante los siglos XVI y XVII. Amplió los horizontes geográficos conocidos y durante varios siglos llevó sus lenguas, su cultura y sus formas de vida -también una feroz explotación económica- hasta lugares muy apartados. Buscó las fórmulas políticas que dieron lugar al nacimiento a los estados modernos, bajo la forma de monarquías absolutas cuyo final, después de numerosas revoluciones, derivó hacía el parlamentarismo como representante de la soberanía nacional, bien bajo fórmulas monárquicas o republicanas. Abandonó la confesionalidad religiosa y se asentó en el imperio de unas constituciones que recogían los derechos y las libertades de sus ciudadanos. No fue un empeño fácil y en algunos países el totalitarismo, tanto fascista como comunista, dio lugar a dictaduras que generaron dolor y miseria.

Hoy, cuando el terrorismo yihadista lleva años en los que ha pasado de ser una amenaza a una realidad, Europa y sus formas de vida se sienten golpeadas hasta el punto de estar incluso dispuesta a renunciar a algunos de los principios que la han configurado como un espacio de libertad. Europa, demasiado tarde, empieza a entender que la amenaza está dentro de sus propias fronteras y sus actores son europeos que no se sienten identificados con las formas de vida que ha alumbrado, en muchos momentos en medio de grandes dificultades, el concepto de Europa que hemos tratado de pergeñar en estas líneas. La amenaza viene de quienes no entienden las libertades, la vida ni las normas de convivencia de la misma forma que Europa ha forjado con el paso de los siglos.

(Publicada en ABC Córdoba el 26 de marzo de 2016 en esta dirección)

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