Muchas veces en el terreno de la política las cosas no son lo que son, sino lo que parecen. Los mensajes que se dirigen a la opinión pública son fundamentales para configurar una imagen que, en ocasiones, tiene poco que ver con lo que se pone en práctica. Las privatizaciones de empresas realizadas por los socialistas en el poder  -las ha habido tanto en los gobiernos presididos por Felipe González como por Zapatero- han tenido siempre mucha menos repercusión social que las que han sido promovidas por los populares, que también las ha habido tanto con Aznar como con Rajoy. Posiblemente porque los populares guardaban silencio ante las “privatizaciones socialistas” al estar de acuerdo con ellas, mientras que los socialistas los acusaban a ellos de llevarlas a cabo, en unas actuaciones de marcado cinismo político, porque en sus mensajes afirmaban siempre mostrarse contrarios a privatizar empresas y servicios públicos.

Estos días se libra una importante batalla de imagen -se libra siempre, pero hay momentos en que cobra particular importancia- entre los dos partidos que Iglesias denomina como casta, a la que se ha incorporado, aunque mantiene el mensaje de ir contra dicha casta. La batalla a que nos referimos es la lucha entre socialistas y populares por el llamado centro político que, según los politólogos, es el que, al menos hasta el presente, ha dado o quitado las victorias electorales. En ese ejercicio de “centralidad”, que en el fondo es moderación, el PP lo tiene más difícil al ser percibido como más escorado a la derecha que el PSOE a la izquierda, y sociológicamente, al menos eso dicen, los españoles nos inclinamos al centro izquierda.

En el PSOE de Pedro Sánchez, candidato a la presidencia del gobierno tras unas primarias no celebradas por incomparecencia de rivales, son conscientes de que sus pactos permanentes o puntuales en muchos lugares -Madrid, Valencia, Cádiz, Córdoba, Sevilla, Pamplona o Álava (en estos dos últimos casos en el mismo banco que Bildu)- con los radicales de Podemos o sus marcas blancas, deteriora su imagen de partido que busca el centro sociológico. Saben que su perfil se ha radicalizado. Eso es grave para los propósitos de Sánchez y explica la puesta en escena del pasado fin de semana. Una inmensa bandera de España como telón de fondo del escenario donde transcurría su nominación. Eso sí, su mujer vestida de rojo para hacer un guiño a la izquierda. Amén de esa imagen destinada a la retina, un mensaje de moderación recorre ya las filas socialistas: hemos pactado con los radicales para evitar que, desde la oposición, Pablo Iglesias y los suyos estén exclusivamente en la algarada callejera. Es decir, con sus pactos han amansado a la “fiera”, que está ya enjaulada en las instituciones. El mensaje lo van a repetir hasta la saciedad para lavar la imagen de radicalidad a que los abocan los pactos que han efectuado. La puesta en escena de los socialistas el pasado domingo es de manual de libro. Busca que parezca lo que no es.

La puesta en escena también es cultivada por la otra fuerza emergente. Albert Rivera está cuidando su imagen al máximo, no aliándose con carácter general al PP, partido que si tenemos en cuenta sus circunstancias de nacimiento en Cataluña -muy alejadas de la posición política del PSC-, sería su aliado natural. Pero entregarse con armas y bagajes a una alianza con los populares podría ser mortal para Rivera y los suyos.

(Publicada en ABC Córdoba el 24 de junio de 2015 en esta dirección)

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