Bajo la capa de la ciencia los pronósticos fallan. El problema surge cuando les damos crédito absoluto.
NO negaré que la información es poder. Lo es en la actualidad y lo fue en otra cualquier época. Hubo un tiempo en que las rutas marítimas se mantuvieron en secreto. También fue un secreto la confección de portulanos y mapas que reflejaban, con más o menos precisión, la realidad de un determinado territorio. La información sobre el enemigo, en caso de guerra, era crucial. El espionaje es una de las actividades más antiguas del mundo. Nuestra sociedad también está ansiosa por poseer información que se obtiene, a veces, por procedimientos fraudulentos. Desde listados de datos de personas hasta el espionaje industrial. Se busca información y se espía tanto al enemigo como al amigo, que se lo digan a los aliados europeos de los Estados Unidos de Norteamérica.
Tan antiguo como el deseo de poseer información que, en definitiva supone poder, es el ansia por conocer lo que nos depara el fututo. Si los espías ya pululaban en el mundo antiguo, también los adivinos y augures tenían un importante lugar en aquellas sociedades. Las autoridades romanas los consultaban cada vez que emprendían una guerra, firmaban una paz o iniciaban una gran obra. El cristianismo no vio con buenos ojos las artes adivinatorias y estableció límites muy estrictos para practicarla. Esas restricciones no han evitado que la gente sienta una atracción irresistible por conocer lo que ha de venir y mantener su deseo de saber sobre lo que le pueda ocurrir. La gente acude a conocer ese futuro a través de los más variados procedimientos.
Hoy se pronostica más que nunca, pero a diferencia de los adivinos y augures de antaño, los pronósticos se presentan de la mano de la ciencia. Se denominan proyecciones de futuro y se hacen sobre numerosas cuestiones. Por ejemplo, sobre el futuro demográfico a que está abocada España por la crisis de la natalidad. Es un pronóstico similar al que se hacía en los años setenta del siglo pasado. Lo que nadie pudo vaticinar era que la llegada de cinco millones de inmigrantes lo echaría por tierra. El Banco Mundial pronostica el crecimiento de PIB, se supone que realizado por métodos científicos y expertos de alto nivel, suele rectificarlo a los pocos meses. Eso ocurre un trimestre sí y otro también. Lo mismo ocurre con los gobiernos. Recuerden como Zapatero pronosticaba, en una línea de optimismo que nos está costando lo suyo, la recuperación de nuestra economía, que sólo sufría una leve desaceleración, para el siguiente semestre. Quienes sigan esta columna con asiduidad ya saben lo que pienso acerca de las encuestas que vaticinan los resultados de las elecciones.
Es humano tener ansia por conocer que nos depara el futuro. Siglos atrás, mediante procedimientos que hoy nos parecen poco fiables. En la actualidad, bajo la capa de la ciencia, esos pronósticos fallan con más frecuencia de la que un procedimiento científico puede permitirse. Los modernos pronosticadores se curan en salud, indicando que para que los pronósticos se cumplan «han de darse las circunstancias»… o bien se señala que «según los datos que manejamos…». El problema surge cuando damos un crédito absoluto a esos pronósticos. Porque con el revestimiento científico con que se adornan en nuestro tiempo siguen siendo… pronósticos.
(Publicada en ABC Córdoba el 8 de octubre de 2014 en esta dirección)