Los países que protagonizaron la anunciada apertura democrática transmiten en realidad tensión, caos y conflicto.
EGIPTO pasa por momentos de dificultad como, en mayor o menor medida, otros países del mundo musulmán. Lo que se calificó como primavera árabe no era tal. La denominación se usó de forma tan indebida que incluso algunos medios de comunicación norteamericanos llegaron a afirmar que la acampada de los llamados indignados en la Puerta del Sol era una manifestación más de esa primavera. Es evidente que lo de la «primavera» era mucho más la expresión de un deseo fruto del desconocimiento de la realidad que un nombre adecuado a lo que estaba ocurriendo en determinados países del norte de África y Oriente Medio. En la actualidad lo que transmiten los países protagonistas de dicha primavera es tensión, caos y conflicto. Siria vive la tragedia de una guerra civil. Túnez, con un gobierno islamista, está sometido a fuertes tensiones y han sido varios los líderes de la oposición que han muerto de forma violenta. La situación en Libia escapa al control del gobierno y las milicias, que se armaron para luchar contra Gadafi, campan a sus anchas. En Egipto lo acontecido el último mes —algunos piensan que es el prólogo de un guerra civil— deja poco margen para el optimismo. No resulta fácil transitar de un régimen autoritario a un sistema de libertades.
Estos días, el viejo país de los faraones es el foco de atención principal. Después de las primeras elecciones —se insiste una y otra vez en que fueron democráticas—, se constituyó un gobierno presidido por Mohamed Mursi, líder de los Hermanos Musulmanes, los ganadores de los comicios. La gestión de Mursi al frente del gobierno no se ha caracterizado ni por el juego político propio de un sistema democrático ni por la tolerancia con las minorías. Los abusos contra los creyentes de otras confesiones, como los cristianos coptos, han sido continuas. La imposición por la fuerza de sus planteamientos ideológicos ha sido una norma de conducta de los nuevos gobernantes. La reforma constitucional, impulsada por Mursi, lo situaba por encima de la ley. Han sido continuas las declaraciones de importantes dirigentes sobre imponer la «sharia», como piedra angular de la legislación. Bajo el gobierno de Mursi, Egipto estaba muy lejos de parecerse a una sociedad democrática, pero se insiste en que los Hermanos Musulmanes han llegado al poder en unas elecciones democráticas.
Resulta inevitable recordar cómo en la Europa de los años treinta del pasado siglo se vivió en Alemania una situación que, con las lógicas diferencias de tiempo y de sociedades con culturas tan diferentes como la alemana y la egipcia, nos permite establecer ciertos paralelismos. Hitler, al igual que Mursi, llegó al poder mediante unas elecciones democráticas. Hitler, como Mursi, actuó contra las minorías. También Hitler, como Mursi, modificó la legislación para hacerse con poderes que lo situaban por encima de la ley.
Más allá del rechazo a la violencia desatada en los últimos días para disolver concentraciones públicas, muchas de las noticias que nos llegan de Egipto señalan que la ira de los Hermanos Musulmanes se aleja mucho de que su papel en dicho conflicto sea sólo el de víctimas de una represión, como bien saben los cristianos coptos. Hoy, en el país de los faraones, a nadie se le ocurre hablar de primavera.
(Publicada en ABC Córdoba el 21 de agosto de 2013 en esta dirección )