Cada vez los detalles insignificantes o los pequeños gestos –tan pequeños que a veces pasan casi inadvertidos- me parecen mucho más importantes para conocer a una persona. Estoy convencido de que aportan mucho más a ese conocimiento que las declaraciones de mucho fuste para la que en muchas ocasiones incluso se utiliza un lenguaje grandilocuente. También me sirve esa apreciación para el caso de los personajes públicos en cualquier ámbito. Esos detalles en el caso de los políticos me parecen más significativos que las promesas electorales pronunciadas con la solemnidad que requieren ciertos momentos. Terminan por definir al personaje y mostrárnoslo sin  los maquillajes de que se revisten las declaraciones preparadas de antemano en las que hay eso que se ha convenido en llamar “cocinado”. Me he referido en esta columna a esos gestos y a ese lenguaje corporal en alguna ocasión. Lo percibí la noche de las alecciones andaluzas entre los dirigentes de Podemos. Un partido que concurre por primera vez a una cita electoral en un país que tiene ya casi cuatro décadas de recorrido democrático y obtiene el quince por ciento de los votos, traducido en un número igual de escaños es un éxito extraordinario. Sin embargo, los gestos y alguna expresión dicha como si se dejase caer o la misma expresión de sus semblantes denotaba desencanto. Para Podemos los resultados electorales en Andalucía eran lo más parecido a un fiasco al quedar muy por debajo de sus expectativas y de lo que señalaban las encuestas.

Estos días, en que la crisis sacude a Podemos por mucho que Monedero trate de recomponerlo con declaraciones posteriores, se produjo uno de esos pequeños detalles, de esos gestos que tan importantes me parecen para conocer al perfil de una persona. Estoy hablando de Pablo Iglesias. El momento era una rueda de prensa el primero de mayo, justo al día siguiente de la “espantada” de Monedero. Una periodista le preguntó si aceptaría la dimisión de Monedero. La respuesta del líder podemista fue rotunda: “No”. La periodista volvió a preguntar: “¿Por qué?”. La respuesta de Iglesias fue inmediata, de las que brotan casi espontáneamente y por eso mismo de las que sirven para vislumbrar el calibre de una persona más allá de esas declaraciones grandilocuentes a las que aludía más arriba. La respuesta de Pablo Iglesias fue: “¡Porque no!”.

Era tanto como decir que la pregunta le molestaba y la respuesta, desde luego contundente, dejaba entrever que era suficiente. No lo era. Porque no había explicación alguna a lo que la periodista en cuestión requería. A ello se sumaba la forma en que miró a la periodista y el tono que empleaba; un tono que no admitía discusión. Era un signo de falta de eso que el zapaterismo definió como talante. Su “porque no” era tanto como decir que él podía permitirse no dar explicaciones y lo hacía sin vacilar. El “porque no” le había brotado de dentro. Posiblemente la pregunta le resultaba incómoda, pero su respuesta desnudaba al personaje. Ese rasgo viene a sumarse a algunos otros que señalan de forma significativa alguna de las características que acompañan a la personalidad de un líder que dice no ser ni de izquierdas ni de derechas, lo que no significa descubrir la pólvora. Ya lo dijo quien fundó Falange Española, un partido totalitario.

(Publicada en ABC Córdoba el 6 de mayo de 2015 en esta dirección)

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