La moción de censura de Sánchez puede interpretarse desde muchas perspectivas, pero es difícilmente explicable hasta para un sector de los socialistas. Según se sostiene en alguna versión de lo que ocurrió en el Comité Federal del PSOE, al anunciarla el secretario general, una de sus incondicionales -se apunta a Adriana Lastra- rompió a aplaudir arrastrando a otros de los presentes a hacerlo y cerrando así la posibilidad a las críticas en aquel órgano. Las críticas no han aflorado pero, soterradamente, se difunden entre los poco proclives al sanchismo como forma de entender el socialismo.
Una de las interpretaciones de esta triunfante moción de censura es la codicia de poder a cualquier precio que acompaña la vida política del secretario general de los socialistas. No es la primera vez que Sánchez, a quien las urnas le han vuelto la espalda de forma reiterada y rotunda, busca extraños vericuetos políticos para ser el inquilino de la Moncloa. Sus allegados la explican en función de la necesaria estabilidad y una imprescindible dignidad ante la corrupción que afecta a los populares. No se sostiene la tesis de la necesaria estabilidad como objetivo de la moción de censura -justo cuando acaban de ver la luz los Presupuestos Generales del Estado- esgrimida por algunos próceres socialistas, próximos al flamante presidente de gobierno. Si la estabilidad ha sido mantenida a duras penas por el grupo parlamentario popular que cuenta con ciento treinta y siete escaños, ¿cómo pretenden mantenerla si el grupo socialista solo cuentan con ochenta y cuatro diputados? Tampoco el de la dignidad parece argumento sostenible para quien llega a la Moncloa de la mano de partidos como el PdCat que, acosado por la corrupción, hasta hubo de cambiar de nombre.
Algunos próceres socialistas -García Page o Fernández Vara- la justificaron sobre la base de que Sánchez convocaría elecciones rápidamente. Caso de triunfar la censura se constituiría un gobierno que convocaría elecciones generales lo antes posible. Nadie habla ya de el porque era un argumento poco creíble siendo Sánchez el presidente y porque todo apunta a que, en este momento, las urnas no darían a los socialistas un resultado mejor que el que tienen; la encuestas, reiteradamente, señalan que, en el mejor de los casos, se quedarían como están. Algo que para un partido como el PSOE supone un fiasco monumental. Por otro lado, la moción de censura era presentada sin contar con el aval de ningún otro partido, sin encomendarse ni a tirios ni a troyanos. Las negociaciones han sido llevadas a toda prisa y han prosperado sobre el viejo planteamiento de Sánchez: llegar a la Moncloa a toda costa. Hace dos años tenía impuestas líneas rojas por el propio comité federal de su partido -no contar con el apoyo de los proetarras de Bildu ni con los independentistas catalanes- que entonces le impidieron alcanzar su objetivo. Ahora ha pactado con unos y otros. Los segundos señalaron las contrapartidas de su apoyo que, más allá de las estulticias políticas de que suelen hacer gala, son planteamientos que llegan incluso a dinamitar el Estado de derecho.
Sánchez ha alcanzado su objetivo de llegar a la Moncloa. El precio lo iremos conociendo en los próximos meses y en las próximas elecciones sabremos los efectos que tiene para el PSOE que haya llegado a la Moncloa con los compañeros de viaje que le han abierto la puerta de ese palacio.
(Publicada en ABC Córdoba el 6 de junio de 2018 en esta dirección)