Córdoba no es ciudad industrial. No lo ha sido nunca. La prueba la tenemos en el polígono de Rabanales que sobrevive a trancas y barrancas, sin fuerza para despegar y convertir en realidad lo que se proyectó en la teoría. Tampoco ha aprovechado su posición geográfica para convertirse en un nudo de comunicaciones. No ocurrió cuando se produjo el desarrollo del ferrocarril en el siglo XIX y en el XX tuvo la suerte de encontrarse en el camino de Madrid a Sevilla, cuando se impulsó la construcción de la primera línea de alta velocidad en España -jugaba en ello su posición geográfica- y la estación del Ave que de paso soterraba las vías férreas que durante décadas había sido una dura barrera en el desarrollo interno de la ciudad.

 

Esa posición geográfica y la existencia de importantes instalaciones militares han permitido que el Centro Logístico del Ejército -toda una apuesta de futuro- se ubique en Córdoba. Esperemos que las expectativas creadas y que son, sin duda muy importantes no sólo por la ubicación del centro, también por lo que puede acarrear, no quede en aguas de borrajas. Todo ello es consecuencia de que la iniciativa privada no acaba de cobrar impulso y se está a lo que llegue de las instituciones. Un ejemplo de ello lo tenemos en que las dos entidades de crédito más importantes de Córdoba; el Monte de Piedad del señor Medina y la Caja Provincial de Ahorros, surgieron de la iniciativa del Cabildo Catedral y de la Diputación Provincial.

Ha necesitado mucho para convertir en una realidad, como reclamo para atraer visitantes -hoy es motor fundamental de la economía cordobesa- la importancia de su pasado histórico. Esa realidad choca ahora con el problema de falta de personal para atender los establecimientos de restauración. ¿Cómo es eso posible en una ciudad que se encuentra a la cabeza del desempleo en España? ¿Cómo es posible que no se encuentre personal para atender las necesidades de la restauración cordobesa? ¿Se paga muy poco y el trabajo es mucho? ¿Es esa la causa por la que no se encuentran profesionales o personas dispuestas a ejercer el oficio?

Si la respuesta a esas cuestiones es sí, mal por parte del empresariado del sector que habiendo pasado por serias dificultades por los efectos de la pandemia, no tuvo empacho en convertir en un euro -166,386 pesetas- lo que costaba en torno a veinte duros, que era el precio de una caña o de un café al entrar en vigor la moneda comunitaria.

Si la respuesta es no y el empresariado está dispuesto a pagar un salario digno a quienes ejercen esa actividad, habría que formularse otras preguntas que conducirían a los perniciosos efectos de una sociedad subvencionada, más allá de considerar que el trabajo es una maldición bíblica porque la humanidad fue castigada por cometer nuestros primeros padres el llamado pecado original y, expulsados del paraíso, a ser condenados a ganarse el pan con el sudor de su frente. Algunos entienden que es con el sudor de la frente… de otros.

(Publicada en ABC Córdoba el 12 de noviembre de 2021 en esta dirección)

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