Aquello de jóvenes y jóvenas, quizá alguno de ustedes lo recuerde en boca de una ministras en los tiempos del zapaterismo, sólo siguió los pasos de Carmen Romero, la que fue esposa de Felipe González. Era principio del fin de la cordura lingüística. Porque desde entonces el denominado sexismo del lenguaje ha dado lugar a verdaderas astracanadas. Lo malo es que muchas son impulsadas desde las administraciones públicas y en ello la Junta de Andalucía se lleva el premio mayor. La última de dichas astracanadas es censurar por sexista utilizar la palabra “usuario”. La terminación en “o” es algo prohibido. Todo un síntoma de machismo lingüístico. Lo correcto, según los salomones de la Junta, es utilizar la expresión “personas usuarias” o “personas consumidoras”. Algún chusco podría señalar que ahora el sexismo es feminista y reclamar que la expresión fuera “personos consumidores”. Personas es femenino y consumidoras, que ejerce la función de adjetivo concuerda en género con el sustantivo al que califica. No se puede utilizar ni consumidores ni usuarios en el lenguaje de las campañas impulsadas por la junta, so pena de perder la subvención correspondiente por no cumplir los requisitos establecidos. Así que “personas consumidoras”. Toda una patada al diccionario de la lengua española y a la denominada economía del lenguaje.

Es un paso más en la destrucción de una lengua en la que han escrito Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Pérez Galdós, Juan Valera, Pio Baroja y media docena de premios Nobel de Literatura.  En español existen los llamados participios activos. En el caso del verbo ser -nosotros distinguimos entre ser (esencia) y estar (circunstancia) a diferencia de los británicos que sólo tienen to be- el participio activo es ente, que sirve para determinar lo que se es, la cualidad que se posee. Así quien ataca es atacante, quien estudia es estudiante y el que escribe es escribiente. Estas expresiones van más allá del género porque no sería atacanto, estudianto o escribiento en el género masculino ni atacanta, estudianta o escribienta, si fuera femenino. También ocurre con la palabra ignorante, que no admite ignoranto ni ignoranta, aunque por lo que vemos hay los unos y las otras. La palabra presidente designa a quien tiene la capacidad de presidir, indistintamente de que quien presida sea un hombre o una mujer. Por eso, no tiene sentido la palabra presidenta. Si masculinizamos, es decir le damos carácter masculino, la palabra presidente, el resultado sería presidento, un engendro lingüístico parecido al jóvenes de aquella ministra cuyo mayor mérito para acceder al cargo era el pertenecer a un poderoso clan socialista gaditano. Si se quiere determinar de forma explícita el género la palabra presidente para a ser un calificativo y se diría señor presidente o señora presidente. La última patada al diccionario es “portavoza”. Un genialidad de la “carga pública” podemita.

Hay administraciones como la Junta de Andalucía que se muestra estricta en la aplicación de estos códigos -muchas veces verdaderas patadas al diccionario de la lengua española- la gente se muere en las urgencias de los hospitales o los ascensores de los mismos no funcionan como es debido o simplemente no funcionan. La violencia se extiende por las aulas como una mancha de aceite, no sólo en el acoso que algunos alumnos practican con sus compañeros, sino que afecta, cada vez en mayor medida, al profesorado que se encuentra desautorizado y carece de recursos efectivos para ejercer la autoridad en el aula. Como asociaciones de profesores y algunos sindicatos vienen denunciando desde hace demasiado tiempo.

(Publicada en ABC Córdoba el 14 de febrero de 2018 en esta dirección)

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