La votación que ha organizado la Generalitat de Cataluña tiene todos los elementos de ser una farsa descomunal.

LO que la Generalitat de Cataluña ha organizado para el próximo domingo tiene todos los ingredientes de una pantomima. So capa del ejercicio de un derecho, cual es el que se puedan manifestar opiniones, Mas el astuto recurrió a lo que tenemos a la vista ante la suspensión por parte del Tribunal Constitucional del referéndum que pretendía organizar en dicha fecha.

Pantomima es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, una comedia, una farsa, un acto fingido. Esa votación tiene todos los elementos de ser una farsa descomunal. Los controles establecidos en una votación democrática brillan por su ausencia, al no disponer de algo tan elemental como es un censo. La ocurrencia de quienes promueven la pantomima ha sido la de que para votar hay que inscribirse y puede hacerse por la vía digital, que para algo estamos en la era de la telemática. A partir de ahí los problemas se han multiplicado porque han aparecido registrados como sujetos que apuestan por el «derecho a decidir» personajes históricos como Cristóbal Colón —para algo el navegante era catalán y partió del puerto de Pals, según las memeces de un sujeto subvencionado por la Generalitat—, también se ha inscrito Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador que, aunque burgalés de nacimiento, debe de llevar algún tiempo de residencia en Cataluña, lo que le da derecho al ejercicio del voto. Se ha registrado Teresa de Jesús, con su nombre civil de Teresa de Cepeda y Ahumada. Ignoro si lo ha hecho ya otro «catalán» de mucho fuste y que hubo de escribir en castellano, abandonando su lengua vernácula, por imposición de oprobioso estado español; me refiero a Miguel de Cervantes Saavedra, cuyo su apellido era Servet, pero hubo de enmascararlo cuando escribió sobre un ¿hidalgo manchego? o ¿era un payés ampurdanés? y los perversos españoles hasta cambiaron el título de la obra que dedicó a dar la puntilla a las novelas de caballerías. Las inscripciones en el susodicho registro han llegado también al campo de los cuentos infantiles. Están, entre otros, Bob Esponja y Caperucita Roja.

Lo orquestado tiene todos los ingredientes de una farsa que ni Cataluña ni muchos catalanes se merecen.

A principios del siglo XVII, Agustín de Rojas publicó «El viaje entretenido». En la obra distinguía hasta ocho tipos diferentes de comediantes, según la forma de representar la farsa. Había quien lo hacía en solitario —hoy lo llamaríamos monologuista— y recibía el nombre de bululú. Cuando la compañía estaba integrada por dos actores recibía el nombre de ñaque. Las farsas representadas la gangarilla no contaban con mujeres y eran los hombres quienes hacían los papeles femeninos. En el cambaleo había una única mujer, que cantaba. En la bojiganga había dos mujeres, un muchacho y el resto de los actores eran varones. La bojiganga no debe confundirse con la mojiganga que es obra cómica, corta y en la que abundan los elementos extravagantes o ridículos. También se entiende por mojiganga una fiesta de disfraces.

Como puede verse, hay donde elegir a la hora de dar nombre a una farsa, según los cómicos que la representan. También puede llamarse, en circunstancias tan extravagantes como las que concurren en el caso que nos ocupa, «derecho a decidir».

(Publicada en ABC Córdoba el 5 de noviembre de 2014 en esta dirección)

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