Quevedo, uno de los ingenios que dieron soporte a lo que conocemos como nuestro Siglo de Oro en el terreno de las artes y de las letras —fue el tiempo de Cervantes, Velázquez, Martínez Montañés, Lope de Vega, Murillo o Juan de Mesa—, nació en 1580 el mismo año en que, tras el desastre portugués en Alcazarquivir y la muerte del rey don Sebastián, Felipe II se convirtió en rey de Portugal. Eso hizo que la expresión: en los dominios de la monarquía hispánica no se ponía el sol, fuera una realidad. Quevedo moría en 1645, cinco años después de que la sublevación portuguesa, llevara a la separación de Portugal y su imperio, salvo Ceuta. Así pues, la vida del autor de Los Sueños o de El buscón  transcurrió casi paralela a las seis décadas en las que Portugal estuvo ligado a la monarquía de los Austrias.

Entre sus muchas obras dejó, según se cuenta, bajo la servilleta del rey El memorial a su majestad, un poema donde ofrecía al monarca, lejos de las alharacas cortesanas, duros aspectos de la triste realidad que en forma de grave crisis apuntaba en el horizonte. Ese atrevimiento hizo que terminara con sus huesos en una fría celda de San Marcos de León. Esa crítica de Quevedo no fue la única, también se vio reflejada en otros versos que traemos a colación porque hoy cobran cierta actualidad, aunque con alguna variación. En ellos decía don Francisco: “En Navarra y Aragón /no hay quien tribute un real, / Cataluña y Portugal /son de la misma opinión, / sólo Castilla y León/ y el noble pueblo andaluz/ llevan a cuestas la cruz. / Católica majestad/ ten de nosotros piedad…”

Las concesiones del sanchismo para conseguir que los independentistas catalanes de izquierdas apoyen la investidura de Salvador Illa han hecho que la igualdad entre los españoles, en parte recogida en la Constitución de 1978, salte hecha pedazos. Decimos en parte porque la Constitución ya contemplaba desigualdades en su propio texto en el que a navarros y vascos se daba una singularidad fiscal, aludiendo a derechos forales históricos que, en el caso de los segundos, no existieron nunca. Esa singularidad, no contemplada en la Constitución, es la que Sánchez pretende dar ahora a los catalanes. Serán ellos, si no se le pone remedio, quienes cobren los tributos que corresponde recaudar al Estado en ese territorio con lo que la igualdad fiscal entre españoles, basada en una caja común, salta por los aires y lo que sus voceros —algo que es norma en el sanchismo— negaban hace sólo unas semanas ahora admiten como algo útil y beneficioso, tratando de hacernos comulgar, una vez más, con ruedas de molino.

Las palabras de Quevedo, pese a haber transcurrido cuatro siglos desde que fueran escritas, tienen algo de proféticas. Si incluimos a los vascos entre los beneficiados y sacamos de ese beneficio a los aragoneses y, por razones obvias, a los portugueses, la situación denunciada entonces tiene puntos en común. Consolémonos con esos versos en que don Francisco nos da el calificativo de nobles a los andaluces y que contrasta con la opinión que de nosotros tiene un sujeto de la calaña de Jordi Pujol.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 9 de agosto de 2024 en esta dirección)

One Response to Palabras proféticas | JoséCalvoPoyato
  1. Muy agudo y certero tu escrito, amigo.


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