Aunque haya habido quienes han dado por muerto al bipartidismo que ha imperado en la política española desde los años de la Transición hasta la segunda década del presente siglo, la realidad es que tiene mucha más vitalidad de la que anuncian esos augures. Socialistas y Populares siguen sumando más escaños que el resto de las formaciones políticas juntas. No obstante, es una realidad que la aparición de otras dos fuerzas políticas ha hecho que el patio de la política en nuestro país sea mucho más complejo. Formaciones que no son tan nuevas en sus maneras y planteamientos como ellos afirman. No hay más que ver en que quedó la casta que denunciaban los podemitas, con Pablo Iglesias a la cabeza, y cómo hoy forma parte de ella, incluida la posesión de un estupendo chalet en Galapagar.
Esa complejidad ha hecho que, las mayorías absolutas o cercanas a ellas que exhibía el partido ganador sea un recuerdo del pasado. En la política actual son imprescindibles los pactos que durante años -salvo que los hicieran catalanes o vascos- fueron denostados como signo de traición a los principios ideológicos de quienes pactaban. Esos pactos son una necesidad dada la mayor fragmentación del voto. Son necesarios para configurar el gobierno de España. Lo son en la mayor parte de las comunidades autónomas y en muchísimos ayuntamientos. Las grandes ciudades tienen hoy gobiernos, fruto de acuerdos postelectorales, incluida la derecha que, otrora aparecía como una fuerza monolítica, frente a la dispersión del voto de la izquierda.
Es la necesidad de esos pactos la que nos lleva a oír afirmaciones ciertamente llamativas. Como si hubiera pactos buenos y pactos malos. Manuela Carmena, la exalcaldesa de Madrid, se quejaba de cómo siendo la lista que ella encabezaba la más votada por los madrileños había sido privada del sillón municipal por una coalición de derechas. Esa coalición no le parecía digna de queja cuando ella, no siendo la lista más votada, se hizo con la alcaldía de Madrid, gracias a un pacto similar. Entonces esgrimía que era la voluntad de la mayoría de los madrileños, como si ahora no lo fuera. Oímos también, con mucha frecuencia, satanizar los pactos con la extrema de derecha, es decir con Vox. Nos preguntamos si Unidas Podemos no es tan extrema por la izquierda como Vox por la derecha, pero no son satanizados, cuando la realidad es que quienes han votado a Vox han ejercido el voto con el mismo derecho de quienes votan a Podemos. El secretario de Organización del PSOE se quejaba, por ejemplo, de que habiendo sido los socialistas los más votados en las tres capitales aragonesas, dos de ellas -Zaragoza y Teruel- habían ido a manos de los populares. Huesca no lo había sido por un voto extraño, que el PP pretende corregir mediante una moción de censura. Quienes tradicionalmente se quejaban de los pactos, cuando la derecha era monolítica, eran los del PP. Ahora los bendicen porque, entre otras cosas, le han permitido hacerse con una alcaldía como la de Madrid .En Córdoba, hace cuatro años un pacto de la izquierda desalojó al PP de la alcaldía. Ahora un pacto de derechas ha permitido lo contrario, aunque hay una diferencia: Ambrosio no fue la más votada en 2015, mientras que Bellido si lo ha sido en 2019.
Se impone la realidad y los pactos son imprescindibles. Lo que hemos de aprender es que no son unos buenos y otros malos, sino que suman las afinidades ideológicas, pese a que se ve cada cosa…
(Publicada en ABC Córdoba el 22 de junio de 2019 en esta dirección)