Hace más de doscientos años -concretamente en 1813 cuando el romanticismo literario estaba en sus albores- que Jane Austen publicaba su Orgullo y prejuicio. En la historia que se nos cuenta en dicha novela sus dos protagonistas, Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy, han de asumir que para alcanzar el fin que buscan han de superar sus diferencias. Estas tienen como fundamento el orgullo de clase de Fitzwilliam y los prejuicios de Elizabeth. Más allá de que la autora ponga de relieve las formas de vida de ciertos grupos de la sociedad inglesa que transita del siglo XVIII al XIX, nos presente un profundo análisis psicológico de los personajes -muy del gusto de la novela decimonónica- o se refiera a ciertos acontecimientos históricos del momento en que Europa se veía sacudida por el torbellino de la revolución francesa de 1789 o el ascenso de Napoleón Bonaparte al poder, lo que Jane Austen quiere llevar a sus lectores son dos cuestiones fundamentales. La primera que para la configuración de un matrimonio, que es considerado como un acuerdo donde han de tenerse presentes numerosas cuestiones, es necesario elegir bien y la segunda que en esa elección ha de primar, además del amor, cierta madurez.
Doscientos años después de que Austen nos dejara el regalo de su novela, en una época diferente a la que está ambientada la novela -el tiempo que nos está tocando vivir- y en un escenario completamente distinto al de la campiña inglesa -una España expectante tras las elecciones del pasado 20 de diciembre-, el orgullo de algunos y los prejuicios de otros están convirtiendo la formación de gobierno en un problema donde parece que la madurez exigible está ausente.
La negativa por orgullo de sentimientos heridos y los prejuicios basados en el rechazo frontal a los planteamientos ideológicos del adversario parecen ser dos de los elementos fundamentales que condicionan la actitud de Pedro Sánchez. No es tanto que manifieste su acuerdo para la formación de gobierno con los populares, sino su negativa a sentarse a hablar con ellos. Le guste o no al líder socialista, el PP ha sido el partido más votado. Su actitud deja entrever que el debate electoral sostenido con Rajoy -último episodio de una larga serie de desencuentros- ha dejado en Sánchez secuelas incurables, pese a que fue él quien en dicho debate inició las agresiones verbales.
Esa actitud unida a la que viene manteniendo Pablo Iglesias que parece haber disipado sus prejuicios, tantas veces reiterados sobre lo que él ha dejado de llamar la casta, han puesto de relieve una actitud de orgullo que no se corresponde con la realidad de los resultados obtenidos por Podemos. Si a la formación morada se le restasen los escaños obtenidos por las franquicias periféricas con las que concurrió a las elecciones, quedaría en cuarto lugar. Su orgullo, puesto de manifiesto en sus ínfulas vicepresidensiales y su deseo de hacerse con las tripas del poder del Estado -en sus exigencias han quedado relegados los aspectos sociales que afectan a los parados y los graves problemas de los desahuciados-, se ha convertido en otro obstáculo, al menos desde la óptica socialista, para una posible formación de gobierno.
Un orgullo y unos prejuicios que, como en la obra de la escritora inglesa, están demasiado presentes en la política española del momento. Pero lo que en Jane Austen era una ficción novelesca, en nuestro presente es una cruda realidad.
(Publicada en ABC Córdoba el 27 de febrero de 2016 en esta dirección)