Me parece una obscenidad que Ronaldo, el principal galáctico del Real Madrid, cobre quince millones de euros anuales.

SOY aficionado al fútbol, pero no lo que se llama un forofo. Prueba evidente de lo que digo es que, siendo seguidor del Betis, celebré la victoria del Sevilla en la final de la Europa League sobre el Benfica. Sobre el equipo lisboeta sigue pesando la maldición echada hace más de medio siglo por quien fuera su entrenador, el húngaro Béla Guttmann, afirmando que habrían de transcurrir cien años para que ganara otra vez un trofeo en Europa. Mi beticismo no es el antisevillismo que suele ser una cuestión casi genética entre los verdiblandos, como también suele afectar a los palanganas en sentido inverso.

Esa afición al fútbol me llevó a celebrar el pasado sábado el triunfo del Atlético de Madrid. No sólo porque de un tiempo a esta parte el Barcelona se me ha atragantado por razones ajenas a lo deportivo y sobre las que no voy a extenderme, sino porque fue la victoria de las ganas, del coraje… de eso que en otro tiempo se llamaba la «furia española» sobre al talonario. El Atlético de Madrid se ha proclamado campeón de la Liga con un equipo cuyos jugadores son unos jornaleros del balón si se les compara a las cifras multimillonarias que cobran los astros de los denominados grandes equipos españoles —Real Madrid y Barcelona—. Días antes del partido que certificó el triunfo del Atlético se renovaba el contrato de Messi con el Barça por la friolera de veinte millones de euros anuales más otros tres millones si el equipo alcanza determinados objetivos deportivos. Me parece una obscenidad. Tan grande como la de que Cristiano Ronaldo, el principal galáctico del Real Madrid, cobre quince millones de euros anuales. Veremos si a la vista del contrato de Messi —bastante apagado en el tramo final de la presente temporada—, no vuelve la «saudade» en que se sumió tiempo atrás y también el Real Madrid tiene que revisar el suyo.

Habrá quien sostenga que el fútbol es el gran espectáculo de nuestro tiempo, que moviliza a las masas, que los derechos de televisión alcanzan cifras apabullantes y que toda la parafernalia de camisetas y objetos de la más variada factura —eso que llaman merchandising— genera un volumen de ingresos extraordinario. Es verdad. Los forofos de los equipos hasta presumen de ello, pese a que nada tenga que ver con el deporte. Pero también lo son sus abultadas deudas con la Seguridad Social y con Hacienda, y que sus presupuestos están en números rojos. Que el Estado tuvo que acudir al rescate de los equipos hace años, —los rescates no estaban entonces tan de moda como ahora—, o que se han saneado cuentas con operaciones urbanísticas que no suelen ser objeto de la crítica ciudadana. Por todas estas razones y algunas más que se me quedan en el tintero disfruté con el triunfo del Atlético de Madrid. Era la victoria de la garra y la entrega contra el talonario. Era una forma de señalar que otro fútbol es posible y que, la llamada filosofía de Simeone, de trabajar día a día da resultado.

Termino haciendo votos porque el Betis sea la próxima temporada el mejor equipo de Segunda División, le acompañen los otros verdiblancos de esa categoría y de nuevo volvamos a verlos en Primera División.

(Publicada en ABC Córdoba el 21 de mayo de 2014 en esta dirección)

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