Tildaba a los andaluces de poco hombres en el sentido humano de la persona, de seculares hambrientos, de ignorantes.

HACE cuarenta años, pocos más que los que ha mantenido oculto el dinero en bancos extranjeros, Jordi Pujol daba a conocer en un libro titulado en catalán «La inmigració, problema i esperança de Catalunya» lo que opinaba de los andaluces. Decía —cito textualmente— que «el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido… es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. Introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad…»

Perdonarán los lectores la longitud de la cita, excesiva para el espacio de que dispongo en esta columna, pero es que no tiene desperdicio. No se puede insultar con más intensidad a unas gentes en menos espacio. El molt honorable —todavía no lo era cuando escribió estas líneas— tildaba a los andaluces de poco hombres en el sentido humano de la persona, de seculares hambrientos, de ignorantes, de miserables en todos los órdenes de la vida —culturales, mentales y espirituales—, de carecer de sentido de comunidad. A los andaluces nos consideraba la peor gente de España, quienes se vieron obligados a emigrar a Cataluña y los consideraba una amenaza que podía destruirla. Cuando se convirtió en molt honorable y los andaluces afincados en Cataluña eran gentes cuyo voto tenía una singular importancia en Cataluña cambió su discurso y eran laboriosos trabajadores que habían colaborado al progreso de Cataluña. Iba a la llamada feria de Abril en Barberá del Vallés, considerada una réplica de la feria de Sevilla y que se convertía en la fiesta más multitudinaria de Cataluña. Entonces se deshacía en elogios a las entidades andaluzas. Después de conocer lo que pensaba de quienes eran el alma de aquella feria —los andaluces afincados en Cataluña—, sus palabras eran un acto de hipocresía. Mentía como cuando mentía al descalificar desde todas las perspectivas a los andaluces. Mentía como ha mentido durante los treinta y cuatro años en que ha ocultado el dinero, dice que de una herencia paterna, aunque gente muy próxima a su familia afirma que se trata de dinero procedente de comisiones que era transportado a Andorra en billetes de quinientos euros en bolsas de basura. Su propia familia se asombra de esa herencia paterna. No tenía la menor idea de su existencia.

El molt honorable, que ya daba muestras de su catadura descalificando, sin hacer distinciones, a unas gentes que ha colaborado y mucho a la prosperidad de Cataluña, es molt impresentable. Si como dice, está arrepentido de su actitud corrupta, la misma que consideraba un ataque a Cataluña cuando se le acusaba de ella, también debería declararse arrepentido de la basura arrojada sobre los andaluces hace casi tantos años como los transcurridos desde que oculta dinero al fisco.

(Publicada en ABC Córdoba el 2 de agosto de 2014 en esta dirección)

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