La tensión es algo inherente a la política en un sistema democrático. Esa tensión es habitual en un parlamento, me atrevería incluso a ir un poco más lejos y señalar que es algo saludable. Sin embargo, cuando se sobrepasan ciertos límites y se transforma en crispación entramos en un terreno diferente. Ese es un mal asunto.
Crispación es lo que tenemos en estos momentos en el Parlamento de Andalucía donde se ha producido una espantada masiva de diputados, que abandonaron la sesión disconformes con los procedimientos que está empleando la mayoría socialista-ciudadana en la Mesa del Parlamento y de manera concreta su presidente para establecer los órdenes del día de los plenos. La presidencia de un parlamento, aunque tiene un componente político muy importante, suele ejercer sus funciones en muchas ocasiones como si fuera un poder moderador. No estoy diciendo que lo sea, ni mucho menos, pero con frecuencia es una realidad. Hay condescendencia en aras al buen funcionamiento de la institución, ya que el presidente lo es de toda la cámara y no del grupo parlamentario al que pertenece. Es admisible, como se dice en términos coloquiales, que arrime el ascua a su sardina, algo que provoca tensiones y protestas, pero forma parte del juego parlamentario. Lo que no tiene explicación es la una actuación descarada de la presidencia en el exclusivo beneficio de unos grupos y el perjuicio evidente de otros. Eso es lo que está haciendo el actual presidente del Parlamento de Andalucía, el cordobés Juan Pablo Durán, quien parece dispuesto a generar situaciones que van mucho más allá de las tensiones habituales. Su actitud es manifiestamente partidaria en el uso de sus prerrogativas. Su última decisión de prescindir de los informes elaborados por los servicios jurídicos de la Cámara que no coinciden con sus decisiones, alegando que no son vinculantes, es muy grave. Eso significa actuar de forma torticera en un asunto, que siendo delicado podría discurrir, incluso por el terreno judicial, que no es el más adecuado en la vida política de una cámara parlamentaria.
La situación que se vive en el Parlamento de Andalucía, desde que a principios de año en que Susana Díaz decidió disolverlo para convocar unas elecciones anticipadas, acusando a Izquierda Unida, su entonces socio de gobierno, de inestabilidad gubernamental, ha sido una sucesión de trompicones. Primero, con las dificultades que tuvo Díaz para ser investida, que sólo fue posible con el capote ciudadano que le tendió Marín. Después, tras la inactividad del estío, ha generado una percepción de parálisis que tiene mucho de real, ante la actitud de rechazo al debate de iniciativas registradas por los grupos de la oposición y la confección de unos órdenes del día para salir del paso.
La crispación en la cámara, donde el gobierno se encuentra en minoría y por lo tanto la necesidad de diálogo no sólo es recomendable sino imprescindible, ha llevado a la espantada del último pleno. No se trata de una novedad, pero refleja lo lamentable de la situación. El grupo socialista resiste por ahora con el apoyo de Ciudadanos. Pero ¿hasta cuándo seguirán Marín y los suyos manteniendo una postura que entre su electorado, que no es el que está atado por las subvenciones de la Junta, no resulta demasiado atractiva? Esa crispación es un mal asunto. El presidente de la institución debería actuar con otro talante. Los daños pueden ser algo más que notables.
(Publicada en ABC Córdoba el 14 de octubre de 2015 en esta dirección)
sr.calvo,totalmente deacuerdo con usted,es urgente q psoe andalucia salga de la junta,por el bien de la democracia y del bienestar social.