He de confesar a los respetables lectores de esta columna, mis preferencias por el llamado arte figurativo y de forma especial por la pintura. Es la consecuencia tanto de una elección personal, como una derivación de mi gran ignorancia la hora de asimilare interpretar ciertas corrientes de la pintura moderna. Por mucho que me esfuerzo no alcanzo a comprenderla. Lo he intentado, pero con escaso éxito. Hecha esta confidencia, añadiré que no seré yo quien niegue la calidad artística a esas manifestaciones artísticas por el hecho de que su comprensión se encuentra muy por encima de mi intelecto estético, pero si me siento con el derecho a manifestar mi escaso interés por esas corrientes en las que, por ejemplo, la obra es un rectángulo que, pintado en un negro brillante, resalta sobre un fondo de blanco inmaculado, o una serie de franjas rojas verticales, cortadas a alturas diferentes, como si configurasen una escalera, y que aparecen numeradas a los ojos del espectador. Me inclino por “El entierro del Conde de Orgaz”, del Greco, por el retrato de Inocencio X, de Velázquez, La dama del armiño, de Leonardo da Vinci o me fascinan los paisajistas holandeses del siglo XVII con sus minuciosos detalles, propios de miniaturistas.
Eso explica que me deleite con la contemplación de la obra de Adolfo Lozano Sidro, el pintor prieguense que, entre otras cosas, dio vida con sus dibujos y estampas a muchos personajes y numerosas escenas que aparecen recogidas en novelas, cuentos y relatos, haciendo mías las afirmaciones de Luis Miranda, días atrás en ABC, al referirse a su forma de pintar, considerando que su arte sirve para narrar.
Es extraordinaria la serie de estampas que realizó, por ejemplo, para ilustrar la “Pepita Jiménez” de don Juan Valera, o la serie con que ilustró una edición de “El espejo no miente” del jiennense Ortiz de Pinedo. La capacidad de Lozano Sidro para retratar personajes o captar ambientes, muchos de ellos de su tierra natal -es el caso de las ilustraciones para “Pepita Jiménez”- es sencillamente extraordinario. En sus retratos iba mucho más allá del personaje retratado. Lo enmarcaba en la atmósfera social en que se desenvolvía la vida de la persona retratada. Por eso su obra -muchas de sus escenas fueron portada en la revista Banco y Negro- es una magnífica guía para acercarnos a los ambientes sociales de la época en que trabaja: años finales del siglo XIX y primeras décadas del XX. El pintor de Priego cuida los más pequeños detalles como puede ser el adorno del sombrero de una dama de la alta sociedad madrileña o los flecos del mantón con en que se envuelve una mujer de las clases populares. Sus escenas de ferias de la época, donde se daban la mano las transacciones comerciales con la diversión, nos sitúan ante realidades de aquel tiempo que resultan impagables como documentos históricos.
La obra de Lozano Sidro es marcadamente figurativa en tiempo en que el arte no figurativo marcaba las tendencias estéticas. En sus dibujos, estampas y cuadros nos dejó un reflejo de la sociedad de su tiempo. Nos ofreció la que se desenvolvía en ambientes de opulencia y el glamour, lo que no significó que renunciara a señalar la dura realidad en que se desenvolvía la vida de muchas gentes de la época. Fue un excelente retratista del tiempo que le tocó vivir.
(Publicada en ABC Córdoba el 9 de marzo de 2019 en esta dirección)