En la España de 1808 ocurrieron muchas cosas. Fue uno de esos años en los que el número de sucesos desbordaba al tiempo, como ocurre ahora cuando el turbión de los acontecimientos entierra en pocas horas novedades que, en otras circunstancias, habrían tenido un recorrido mucho mayor. En dicho año las tropas napoleónicas se hicieron con el control, de forma artera, de numerosos puntos estratégicos desde un punto de vista militar, utilizando para ello el Tratado de Fontainebleau. Manuel Godoy caía de su pedestal de valido a causa del motín de Aranjuez y a las pocas horas era Carlos IV el que abdicaba de sus derechos como rey. Fernando VII, el nuevo monarca, al que se conocía entonces como el Deseado -menuda ironía de la Historia-, vivía una entrada verdaderamente apoteósica en Madrid. Pocas semanas más tarde abdicaba en Bayona a favor de Napoléon Bonaparte, protagonizando uno de los pasajes más bochornosos de nuestra historia. Por los mismos días en que renunciaba al trono, los madrileños se enfrentaban a los gabachos y comenzaba la Guerra de la Independencia. Aquella primavera los ejércitos franceses, despojados ya de la careta de aliados, avanzaban por la mitad sur de la Península para ocupar La Mancha y Andalucía. Fue en los primeros días de junio, concretamente el 7, que aquel año era el día del Corpus Christi, cuando las tropas napoleónicas, mandadas por Dupont, aparecieron a las puertas de Córdoba, tras superar un conato de resistencia, una escaramuza, en el Puente del Alcolea.

Un incidente menor -un disparo fallido cuando Dupont entraba en la ciudad- sirvió de pretexto para que el general francés entregase la ciudad a la soldadesca, sometiéndola a un terrible saqueo que no paró a lo largo de nueve días. Fueron asaltadas, iglesias, conventos, casas particulares… donde los franceses robaron todo lo que encontraban de valor. Se perpetraron numerosas violaciones de mujeres y se cometieron todo tipo de vejámenes con los cordobeses. Dupont buscaba con  aquel escarmiento minar la resistencia de Sevilla que era su próximo objetivo y desmoralizar a las tropas que había reunido el general Castaños. Tuvo que modificar sus planes al tener noticia de que a su espalda, por tierras de Jaén, el general Reding buscaba cortarle la retirada, si había necesidad de replegarse. Deshizo el camino retirándose  aguas arriba del Guadalquivir. El resultado de todos aquellos movimientos fue que entre el 17 y el 21 de julio se libró la batalla de Bailén que supuso una grave derrota para las tropas imperiales. Dupont capituló y una parte importante de sus soldados fueron enviados a la isla de Cabrera, que se convirtió en un gigantesco presidio. Lo inhóspito del terreno y la escasez de comida hicieron que las penalidades de los prisioneros en aquel islote deshabitado fueran terribles, pese a que desde Mallorca se les enviaba comida periódicamente, pero que resultaba escasa para las necesidades alimenticias de los prisioneros, muchos de los cuales fallecieron. El episodio es recreado en una novela de reciente aparición: “La mujer del reloj”.

Hoy, en algunas regiones de Francia, se sigue asustando a los niños con la amenaza de enviarlos a Cabrera. Algo similar a lo que ocurre en Holanda donde a los niños que tienen mal comportamiento se les amenaza con llamar al duque de Alba. En Córdoba no amenazamos a los niños con llamar a los gabachos o a Dupont que, habida cuenta de lo ocurrido en la ciudad en junio de 1808, podían ser invocados ante el mal comportamiento de los niños.

(Publicada en ABC Córdoba el 20 de febrero de 2016 en esta dirección)

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