Al menos desde comienzos de siglo XVIII, cuando en la paz de Utrecht, la que puso fin a nuestra Guerra de Sucesión -repito lo de Sucesión que no de Secesión como pretenden quienes están falsificando la historia- los británicos han venido siempre imponiendo sus criterios. Lo han conseguido siempre en la firma de los tratados por los que se ponía fin a un conflicto bélico o a un desacuerdo. Lo que se firmaba siempre iba en beneficio de sus intereses. En Utrecht, además de quedarse con Gibraltar y Menorca, obtuvieron el llamado Navío de Permiso, que les permitía introducir quinientas toneladas cada año de productos salidos de sus talleres en los mercados el imperio español. Utilizaron dicho “Navío” como punta de lanza del más descarado contrabando. Había Navíos de Permiso al mismo tiempo en La Habana, en Cartagena de Indias, en Buenos Aires, en Portobello o en Lima. Consiguieron lo que quisieron, por ejemplo, en la conferencia de Berlín de 1885, en la que se llevó a cabo el reparto de África. Las potencias reunidas en torno a aquella mesa se plegaron a sus deseos -fundamentalmente un eje que uniera EL Cairo con Ciudad del Cabo-, y para ello se trazaron líneas rectas sobre los planos que separaban tribus o dejaban dentro de los límites de una colonia a enemigos ancestrales; así hemos sido podido conocer lo que ha ocurrido en muchas zonas de África después de la descolonización donde se han producido matanzas étnicas que causan espanto. Cuando al término de la Primera Guerra Mundial se puso fin al imperio otomano, se quedaron con lo que les vino en gana, trazando también fronteras rectilíneas que eran un puro artificio y, como consecuencia de ello, han dejado una estela de conflictos que han convertido Oriente Medio en un auténtico polvorín con Palestina como epicentro.
Ahora han decidido marcharse de la Unión Europea y hace dos años votaron por el llamado brexit. El tratado para abandonar la Unión lo quieren, como siempre, a su medida, a la conveniencia de sus intereses. Lo que quieren es no pechar con las cargas que supone formar parte de la Unión, pero tener los beneficios que se derivan de la pertenencia a ese selecto club. Su parlamento ha rechazado el acuerdo negociado por sus representantes porque no cuadra a sus intereses. La premier Theresa May ha recibido un varapalo a cuenta de la votación de ese tratado que es una de las derrotas más escandalosas sufridas por un gobierno de Su Graciosa Majestad. Quieren renegociarlo y desean, entre otras cosas, una frontera permeable entre el Ulster e Irlanda. Por ahí introducirían todo el contrabando que pudieran como vienen haciendo desde Gibraltar. Por eso han puesto el grito en el cielo cuando en una nota a pie de página de ese tratado se dice que Gibraltar es una colonia, que es lo que es. Quieren hacer con la Unión Europea como con el Navío de Permiso en el siglo XVIII. Como han hecho siempre. Desde las instituciones europeas se les ha dicho que no hay nada que renegociar, al menos es lo que se sostiene por ahora. Los tiempos han cambiado mucho y la vieja potencia que antaño imponía su voluntad al mundo ha dejado de ser lo que fue. Pero, sabiendo como las gastan, no es recomendable bajar la guardia.
(Publicada en ABC Córdoba el 9 de febrero de 2019 en esta dirección)