La comprensión lectora de los alumnos andaluces está por debajo de la media nacional, así como nuestros hábitos de lectura.
Los alumnos andaluces, según señalan de forma reiterada los informes PISA, están a la cola de los alumnos españoles en los niveles que miden estos informes. Lo cual es más que grave porque los alumnos españoles están a su vez a la cola de los diferentes países que se someten a estos tests. En resumen, los alumnos andaluces están a la cola de los de la cola. Si a ello añadimos que el fracaso escolar en los alumnos andaluces está varios puntos por encima de la media de España, que a su vez está muy por encima de la media europea, la conclusión es que el panorama de la educación en Andalucía es desolador a tenor de estos índices de medición.
La comprensión lectora no se salva de ese panorama y, conocida cierta normativa de la administración educativa, es algo que no puede extrañarnos. Los profesores andaluces tienen, cuando menos, graves dificultades para recomendar la lectura de libros de apoyo a sus alumnos, incluso si esa recomendación es planteada voluntariamente. Según las autoridades educativas, dicha práctica —recomendar la lectura de libros— puede suponer una discriminación para aquellas familias que, por falta de recursos, no puedan adquirir ese material. Así, la dirección general de Participación y Equidad de la consejería de Educación de la Junta de Andalucía, en las instrucciones que promulga acerca del programa de gratuidad de los libros de texto, señala, en su decimosexta instrucción, referida a lo que denomina como material de uso personal, que «la solicitud (por parte de los profesores) de este tipo de material no implique la introducción de un elemento discriminatorio entre el alumnado que se fundamente en la distinta capacidad económica de las familias». En esa instrucción nunca se menciona el libro como un elemento de discriminación. Se utiliza el eufemismo «este tipo de material», se alude a «material fungible» y en el último párrafo hay una alusión al uso de las bibliotecas escolares como sustitutas del «material de uso personal». No me negarán el burdo artificio que late en el texto. Además, la redacción de la instrucción mencionada lleva a pensar que está encaminada al rechazo de toda discriminación. La situación se agrava aún más cuando algunos inspectores del sistema educativo interpretan dichas instrucciones de manera que la lectura es un lujo que discrimina y convierten recomendar libros en un obstáculo, a veces insalvable, para aquellos profesores que, en medio del papeleo administrativo que les abruma, todavía les quedan ánimos para buscar en la lectura, más allá de los libros de texto, un complemento fundamental en la formación de sus alumnos.
El final de esta triste historia es que la comprensión lectora de los alumnos andaluces está muy por debajo de la media nacional, así como nuestros hábitos de lectura. Para combatir esos lujos discriminatorios tenemos los programas de la televisión pública andaluza. Lamentablemente allí no se habla de Unamuno, Baroja, Valera, Galdós, Ganivet, Salinas, Guillén, Buero… En ellos aparecen nuestros mayores contando sus aventuras y desventuras o niños de pocos años haciendo «monadas» con la anuencia de sus padres. Algo que, al parecer, encanta a la audiencia, cosa que no debe extrañar dadas las dificultades que hay en nuestros centros… para leer.
(Publicada en ABC Córdoba el 30 de julio de 2014 en esta dirección)