La presidenta de la Junta de Andalucía ha dado buena muestra de que es capaz de decir y hacer cosas distintas.

HE de confesar que Susana Díaz es persona que me provoca dudas más allá de las razonables que despierta una persona que llega a un cargo y a la que hay que darle el margen de confianza. Ese margen que se suele otorgar en dichas circunstancias —antes se solían respetar los llamados cien días de gracia que la velocidad de nuestro tiempo parece haber laminado—, hasta ver en qué dirección apuntan sus decisiones.

Es posible que la causa de mis dudas se encuentre en que Susana Díaz se vinculó a la política desde muy joven hasta el punto de relevar a un papel secundario su formación académica —tardó diez años en obtener la licenciatura en Derecho— y que su experiencia en el mundo laboral no vinculado a la política es nula. Desde sus años de universidad ocupa cargos orgánicos en su partido o públicos en la gestión de determinadas competencias en la administración pública andaluza. En ese terreno su recorrido es largo. Ha sido concejal en el Ayuntamiento de Sevilla, donde llegó a ostentar una tenencia de alcaldía, diputada en el Congreso de los Diputados, senadora por la comunidad andaluza, diputada en el Parlamento de Andalucía y consejera de Presidencia antes de convertirse en presidenta de la Junta. Desde entonces algunas de sus declaraciones han llamado la atención por su rotundidad y porque más bien son propias de quien desempeña responsabilidades a las que no ha llegado. Incluso ha influido en alguna votación del grupo socialista en el Congreso de los Diputados hasta el punto de hacer decir a Rubalcaba «mejor cuanto más mande Díaz en el PSOE». También hay algo en sus declaraciones que preocupa por su frecuencia y es la facilidad con que sostiene una posición y la contraria dependiendo del momento y las circunstancias. Se ha declarado discípula de Zapatero y ha abominado del zapaterismo. Se ha mostrado partidaria de que las denuncias del PSOE no se centren en los casos de corrupción que apuntan al PP y ha afirmado que será implacable con los corruptos. Ha dicho que exigirá hasta el último euro no justificado por la UGT —la cantidad impresiona y no para de crecer—, y no sólo sigue dando subvenciones millonarias sino que afirma desconocer la cuantía de lo que está en solfa en las cuentas dela central sindical hermana de los socialistas. Otro tanto se observa en su posición respecto al secesionismo en Cataluña. Ha criticado con dureza el compromiso de Zapatero de asumir el nuevo estatuto catalán que llegara desde Barcelona y acusa al PP de haber puesto un recurso de inconstitucionalidad contra dicho estatuto.

¿En qué quedamos?

Mis dudas se han acrecentado cuando, en su reciente visita a Cataluña, ha afirmado que «las palabras tienen piel». Era una especie de disculpa por leer su discurso y una forma de dejar claro que no deseaba cometer un desliz. Algo que me ha sorprendido. En estos meses no sólo ha habido deslices. Muchas afirmaciones no las ha sostenido en el tiempo, no ha tenido empacho en afirmar una cosa y la contraria, dependiendo del sitio.

Es cierto que las palabras tienen piel, debería tenerlo presente sobre todo porque hay gente que tiene memoria.

(Publicada en ABC Córdoba el 8 de febrero de 2014 en esta dirección)

Deje un comentario