Fue Charles Louis de Secondat, más conocido como Montesquieu, por ser barón de ese título, quien en su ensayo El espíritu de las leyes, escrito poco antes de que mediara el siglo XVIII, señalaba que los poderes del Estado no deberían estar concentrados en unas mismas manos. Esa circunstancia daba lugar a todo tipo de arbitrariedades. La separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial ha sido uno de los fundamentos de las democracias occidentales a lo lago de más de dos siglos y aparece como piedra angular de las constituciones en las que se asientan.
Han sido numerosos los intentos de unos poderes por controlar a los otros. La Cortes, como expresión de la soberanía popular, trataron en algún momento, como en la Primera República Española, de hacerse con el poder ejecutivo sosteniendo que la cámara debería funcionar como una Convención. Los intentos de los ejecutivos por controlar al judicial han estado a la orden del día -Alfonso Guerra, siendo vicepresidente del gobierno, lo dijo de forma gráfica: Montesquieu ha muerto- y en la actualidad la lucha política por el control de los órganos judiciales, donde los partidos tratan de incluir jueces próximos a su ideología, tiene paralizadas algunas renovaciones. Como decía Montesquieu la justicia ha de ser un poder independiente para ejercer la función que le corresponde dentro de la estructura de un Estado democrático.
Viene todo esto a colación de un auto donde una juez de Marbella se muestra partidaria de entregar la custodia de un hijo al padre de la criatura, señalando como uno de sus fundamentos que la madre vive en la Galicia profunda, mientras que el padre es vecino de una ciudad cosmopolita como Marbella. Sin duda, el auto tendrá otras consideraciones que fundamenten con mejores razones su decisión, pero esa aseveración es de todo punto desafortunada. Podía haber hecho una alabanza del mundo rural considerándolo zona saludable para la crianza de un rapaz, como hizo en el siglo XVI fray Antonio de Guevara en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea, donde señalaba que la vida en ella es más quieta y más privilegiada que la de la corte, que en la aldea los bastimentos son más baratos y que los hombres son más virtuosos y menos viciosos que en las cortes. Quizá, fray Antonio escribió todo esto porque murió en Mondoñedo, lugar que, como Muros, localidad donde reside la madre del rapaz, entra dentro de lo que su señoría considera la Galicia profunda.
Marbella no es corte, aunque puede, en su cosmopolitismo, asimilarse a la corte de fray Antonio. Es una ciudad de muchos atractivos, pero hay tiroteos en sus calles y es asiento de peligrosos elementos vinculados a mafias. Añadamos que, en sus centros de enseñanza, consecuencia del cosmopolitismo, se dan la mano alumnos de docenas de nacionalidades, donde maestros y profesores hacen lo que buenamente pueden con los escasos medios de que disponen. Hoy, cuando una de las razones que su señoría ha tenido en cuenta -estar en la España profunda- se esgrimen, convierte en más doloroso ser vecino de esa España que se vacía y que se vaciará más con autos como este, donde se sitúan en un estrato inferior a los españoles que no viven en lugares cosmopolitas.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 29 de octubre de 2021 en esta dirección)
La Universidad española, cada vez más, se está especializando en “formar” analfabetos funcionales. Con todos mis respetos, señoría….