A lo largo de varias semanas se han venido celebrando una serie de actividades promovidas por la parroquia de la Trinidad y relacionadas con diferentes aspectos del tiempo de los Reyes Católicos y Córdoba.
¿Cómo era Córdoba en las décadas finales del siglo XV y principios del XVI?
Era una de las ciudades más importantes del reino por su peso demográfico y su actividad económica. Con sus 30.000 habitantes era mucho mayor que los centros de poder situados en el corazón de la meseta castellana: Medina del Campo, Arévalo, Segovia, Ávila… Estar lejos de ellos, donde temporalmente se instalaba la Corte, no significaba desempeñar un papel menor en la enredada política del reinado de Enrique IV y años siguientes. La poderosa nobleza de Córdoba se alineó en los bandos que luchaban por el trono. Diferentes ramas de los Fernández de Córdoba, enfrentadas por el control de la ciudad, lucharon a favor o en contra de Isabel en su guerra contra la mal llamada Beltraneja. Don Alonso de Aguilar, hermano mayor del Gran Capitán estuvo con Juana, mientras Diego Fernández de Córdoba, conde de Cabra, apoyaba a Isabel.
Aquella Córdoba, formada por catorce collaciones, denominación de los distritos parroquiales, estaba protegida por sus murallas -no quedaba lejos la frontera granadina, lugar más peligroso de lo que ciertas interpretaciones han ofrecido- y dividía su caserío en dos grandes espacios: la Villa y la Axerquía. Estaban separados por una muralla interior que iba desde la Puerta de Colodro y por las calles Alfaros, Capitulares y Feria hasta la ribera del Guadalquivir. A finales del siglo XV parte importante de su población se dedicaba a las actividades artesanales de la época: calceteros, guanteros, sombrereros, esparteros, jubeteros, curtidores, especieros… Había edificios dedicados íntegramente a ciertas actividades económicas como eran la alhóndiga o mercado de los granos, y la alcaiceríao mercado de la seda. Este último se encontraba frente a la fachada occidental de la Catedral, junto al hospital de San Sebastián, hoy vetusto Palacio de Congresos y Exposiciones. Por aquellos años el centro de la vida cordobesa era la plaza de la Corredera, cuyo nombre deriva de los caballos que se corrían en ella desde la época de la conquista cristiana. Tenía entonces forma irregular y en ella se asentaban algunos de las hospederías o mesones más importantes de la ciudad, como eran el de la Catalana o el de Pedro Mejía, conocido popularmente como el «Mesón de las cosas perdidas». Pueden imaginarse fácilmente por qué. También había varios hospitales y estaban las carnicerías, con sus diferentes tablas para no mezclar la carne de los animales. Allí se sustanciaban los pleitos que juzgaban los alcaldes ordinarios y se celebraban las corridas de toros y otros «regocijos».
En la Córdoba de la época los jueves era el día de mercado y se celebraban dos ferias -en el sentido comercial que el término tenía en la época- al año cuya duración era de quince días. Habían sido concedidas a la ciudad por Sancho IV en 1284. La primera tenía lugar al comienzo de la cuaresma -febrero o marzo- y la segunda comenzaba con la festividad de Pentecostés, ya en el mes de mayo, y se celebraban en la calle de la Feria, a la que dieron nombre.
Retazos de una historia que, a veces, parece pesar demasiado a la Córdoba de nuestros días.
(Publicada en ABC Córdoba el 30 de mayo de 2018 en esta dirección)