El año que comenzamos es año de efemérides importantes. Una de ellas, el centenario del comienzo de la Gran Guerra, más tarde denominada como Primera Guerra Mundial, que estalló en la Europa surgida de la política de alianzas desarrollada por Otto von Bismarck, cuyo objetivo era el aislamiento de la Francia vencida en Sedán. Una consecuencia de aquel conflicto, sumamente importante -la realidad de nuestro tiempo lo señala de forma inequívoca-, fue la desmembración del Imperio Otomano dejándolo reducido a la actual Turquía. Francia y Gran Bretaña se repartieron sus territorios extendidos por el próximo oriente, decepcionando a quiénes habían puesto sus esperanzas en la creación de un gran estado árabe, alimentada principalmente por los británicos, que también incubaron las expectativas de los judíos con la llamada declaración Balfour. La realidad fue que franceses y británicos se repartieron los despojos del Imperio Otomano y en las décadas siguientes surgieron estados como Líbano, Irak, Siria o Jordania o se desembocó en la situación que se vive en Palestina, convertida en gran medida en el estado de Israel después de la resolución de la ONU de 1948. Palestina es una crisis endémica, el Líbano lo es a partir de 1970 y en nuestros días vemos desarrollarse una guerra civil en Siria que, amén de muchas otras causas, es una lucha entre facciones musulmanas que viven en un estado cuyas fronteras se trazaron con escuadra y cartabón. La misma lucha que encontramos en casi todos los conflictos de la zona con el ingrediente añadido del petróleo.
Se quiere buscar una solución al conflicto Sirio ante la deriva tomada por la mal llamada primavera árabe. Bashar al-Asad no resulta ser ahora el peligroso sátrapa de hace sólo unos meses porque las raíces de la revuelta en Siria son mucho más enrevesadas de lo que en un primer momento se pensaba. Como muy compleja era la jaleada primavera árabe que tenía lugar en Túnez, en Libia o en Egipto. El islamismo radical tomaba cuerpo o ganaba espacio, según los casos, en todos esos territorios y Al-qaeda obtenía sus réditos. Ciertamente en el caso sirio, como en todas las revueltas árabes de los últimos años, hay una oposición al gobierno establecido que nada tiene que ver con Al-qaeda. Esa oposición está fragmentada, dividida y fuertemente enfrentada.
Una parte de sus representantes se reúnen en Córdoba allanar diferencias que con la vista puesta en Ginebra. Esa cita del complicado mundo de la oposición al gobierno sirio, distante también de los postulados de los seguidores de Bin Laden, tiene una tarea difícil. Más allá del atractivo que para los sirios tiene el que se celebre en Córdoba, ciudad ligada históricamente a Damasco a través de una dinastía que llevó a ambas ciudades a vivir épocas de dorado esplendor, sería deseable que el acuerdo alcanzado en este encuentro diera pasos importantes para encauzar la situación en Siria donde se libra una batalla muy compleja en la que más allá de la tragedia por los miles de muertos, los desplazados y los refugiados están ocurriendo cosas tan lamentables como la destrucción de Malula, la localidad cristiana donde se seguía rezando en la lengua que habló Jesús de Nazaret y se conservaba una de las iglesias más antiguas del mundo cristiano.
(Publicada en ABC Córdoba el 11 de enero de 2014 en esta dirección)