Hemos comenzado abril y, al menos hasta el momento en que estoy escribiendo la columna de este miércoles, el agua no nos da tregua. En Córdoba, el mes de marzo ha batido todos los records en lo que a pluviometría se refiere. A lo largo del se mes han recogido por encima de doscientos diez litros por metro cuadro -más en algunas zonas-, que era récord conocido. Los pantanos están a rebosar y tienen necesidad de desembalsar agua. Ha llovido, y de qué forma, en más de dos terceras partes de los días del mes. En definitiva ¡agua va! Es decir nos hemos hartado de agua, de días grises, de no ver el sol y de que en Semana Santa la mayoría de los pasos se hayan quedado encerrados en sus templos, sin poder salir.
Ha caído tanta agua que algunos empiezan a sentir los efectos de la falta de luminosidad y de cielo azul en una tierra donde una y otro son lo habitual. El agua, por la suspiramos en muchas ocasiones, empieza a ser un problema. No sólo el derivado de la falta de alegría callejera provocada por las lluvias de Semana Santa con efectos muy negativos en la hostelería y restauración, sino en la agricultura. La abundancia de agua empieza a ser un problema serio en los sembrados de invierno y en los que han de hacerse en primavera. El olivar y el viñedo, que tanto notaron la sequía del pasado año, están a punto de enfrentarse a las enfermedades propias de un exceso de humedad. Hay miedo a que los desembalses de los pantanos puedan provocar inundaciones y dañar las infraestructuras. En las riberas del Cabra o del Genil donde abundan los regadíos o en las parcelas y las construcciones -en gran número ilegales- en la ribera del Guadalquivir miran al cielo y las alarmas son permanentes.
El ¡agua va! de nuestro tiempo nada tiene que ver con aquella otra de nuestros antepasados. Aquello que el «mejor alcalde de Madrid» resolvió no puede resolverlo el actual alcalde de Córdoba ¿o sí? El problema, en ningún caso está en controlar la lluvia que, menos mal, no depende de la voluntad del hombre -al menos todavía no-. Pero en está claro que algo puede resolverse como lo hizo Carlos III, legislando y dando normas que, si bien provocaron protestas, acabaron con el problema.
(Publicada en ABC Córdoba el 3 de abril de 2013 en esta dirección)