Corren malos tiempos para lo que en otro tiempo fueron imperios, que son considerados como una especie de combinación de toda clase de males, sin mezcla de bien alguno. Hay una corriente de pensamiento —ha logrado imponerse en gran parte de la sociedad occidental—, que abomina de la realidad histórica de esos imperios del pasado, con algunas excepciones como es el caso de Putin que siempre ha tenido entre sus proyectos la reconstrucción del imperio soviético. Por muchos sitios se derriban estatuas con las que se enaltecía a personas que en otro tiempo fueron considerados héroes o personas respetables. Haciendo uso de un presentismo inadecuando, aplican criterios de nuestro tiempo para enjuiciar a gentes de otras épocas donde sus valores y planteamientos respondían a esquemas muy diferentes.
En España hay una posición ideológica, muy acentuada, que abomina del imperio español, que marcó la historia en el siglo XVI y parte del XVII. No existe, al menos con la intensidad con que se da en nuestro país, en otros países como pueden ser los casos de Gran Bretaña o de Francia. Allí una gran parte de su población hace bandera de la defensa de su pasado histórico. En buena medida, la posición de esos españoles es una consecuencia de la llamada Leyenda Negra que, trazada por holandeses, ingleses o franceses durante siglos, terminó calando en el alma española. Son muchos los que abominan de la Hispanidad como expresión de lo que supuso la expansión territorial, cultural, lingüística, científica y económica de la España imperial.
Quienes así piensan obvian que el mundo, tal y como conocemos hoy, deriva de los viajes y exploraciones que desde finales del siglo XV y a lo largo del XVI protagonizaron españoles y portugueses, los países ibéricos. Fueron quienes abrieron rutas marítimas desconocidas hasta entonces y protagonizaron la primera vuelta al mundo. Fueron ellos quienes dieron impulso a la primera gran globalización de la que tanto se habla hoy. Afirman, cuando se celebra el Doce de Octubre como fiesta Nacional de España, que nada hay que celebrar. Ciertamente, en todo proceso de expansión territorial y de colonización se cometen injusticias y llevan a cabo actos detestables y en el caso del imperio español hubo de ello. Pero también se llevó a cabo un mestizaje del que también tanto se habla hoy como una realidad que ha de acompañarnos. España fundó más de una veintena de universidades el otro lado del Atlántico, cosa que no hicieron los británicos que siempre sostuvieron que para estudiar había que hacerlo en Oxford o en Cambridge, mientras en Hispanoamérica no se impuso venir a Salamanca —donde sus maestros creaban el derecho de gentes—, ni a Alcalá. Añádase a ello los numerosos edificios que hoy son patrimonio de la humanidad que se levantaron en aquellos siglos en la América hispana, mientras que no los encontramos en la América británica.
Es común en nuestros días que mandatarios de aquellos países —López Obrador es todo un ejemplo— busquen con declaraciones estentóreas distraer la atención de los graves problemas que tiene en su país. Es más fácil culpar a quien hace más de doscientos años dejó de tener autoridad sobre aquellos territorios, que asumir las propias responsabilidades. Lo peor es que aquí no son pocos quienes les defienden.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 13 de octubre de 2023 en esta dirección)