La indefensión de Polonia en 1939 nos recuerda a la situación que vive hoy Ucrania, inerme a los ataques de la Rusia de Putin.
HACE setenta y cinco años el ejército de la Alemania gobernada por Hitler invadía Polonia, por la frontera occidental. Además a Polonia también la invadían por la frontera oriental los ejércitos soviéticos de Stalin, otro de los dictadores de la época. Polonia quedó casi inerme ante el doble ataque y sucumbió en pocas semanas.
La situación de indefensión de Polonia en 1939 nos recuerda mucho a la que hoy sufre Ucrania, también inerme ante los ataques de la Rusia de Putin. La única diferencia es que en la actualidad esos ataques no se reconocen por quienes los perpetran, pese a que hay pruebas contundentes, como el apresamiento de soldados rusos en Ucrania —la burda versión del ministerio ruso de Exteriores es que se habían despistado y cruzado la frontera sin darse cuenta—, o como muestran las imágenes de satélites de la OTAN con columnas de vehículos militares rusos en territorio ucraniano. Ucrania ha tenido que ceder, aunque no lo haya aceptado oficialmente —tampoco el resto del mundo, cosa que parece importarle bastante poco a Putin—, parte de su territorio. El ejército ruso se ha zampado Crimea con el pretexto de que una parte importante de su población es racial, cultural y lingüísticamente rusa. Se añade también que Kiev discriminaba a los rusos de Crimea.
Los paralelismos de lo que ocurría en Europa hace setenta y cinco años y lo que está sucediendo hoy, no se quedan en los ataques sufridos por Polonia y Ucrania. En la Europa de los años treinta, los líderes de las más importantes democracias occidentales —Gran Bretaña y Francia— jugaron a lo que hoy se denominaría «buenismo internacional» y cedieron ante Hitler. Cuando se reunieron en la conferencia de Muchich el francés Edouard Daladier y el británico Neville Chamberlain sacrificaron una parte importante de Checoslovaquia —la región de los Sudetes—, pensando que salvaban la paz. También occidente, en cierto modo, ha tragado con la ocupación rusa de Crimera, aunque oficialmente no lo admita. El argumento de Hitler para quedarse entonces con aquella región fue el mismo que Putin ha esgrimido ahora para apoderarse de Crimea. Hitler también señalaba que la mayoría de la población de los Sudetes era racial, cultural y lingüísticamente germana. También Hitler esgrimía que el gobierno de Praga postergaba a aquellos alemanes. En definitiva, Europa hoy, como en 1939, reacciona con debilidad ante los zarpazos de un dictador —eso es Putin pese a haber sido elegido en las urnas, como también fue elegido Hitler— y pretende que una política contemporizadora puede ser la solución. No se le responde con la debida energía que no significa necesariamente la guerra abierta.
En múltiples ocasiones la Historia nos ofrece tales paralelismos que resulta llamativo el hecho de que los gobernantes no tomen nota de ello. Las lecciones que se pueden extraer de la historia llevaron a Cicerón a señalar que la Historia es magistra vitae. Desde que Cicerón hizo esa afirmación han pasado 2.000 años y, lógicamente, hay muchos más motivos para reafirmar ese magisterio de la Historia. Sin embargo, a tenor de los acontecimientos que estamos viviendo, da la impresión de que no hemos aprendido de los ejemplos que Clío nos ofrece.
(Publicada en ABC Córdoba el 3 de septiembre de 2014 en esta dirección)