Juan Pablo Durán habla cual zafio tabernero; la Junta debe romper su silencio para no avivar demonios definitivamente enterrados.
HACE unos meses charlaba de forma distendida con quien en otro tiempo fue unos de los referentes del socialismo andaluz y que hoy está dedicado a ejercer su profesión. Me decía, con cierta desazón, que en este tiempo de crisis, tras unas décadas esplendorosas, tenía la impresión de que se habían despertado muchos de los demonios que han acompañado a los españoles a lo largo de buena parte de nuestra historia. Apesadumbrado, me decía que las dos Españas, que parecían ser una reliquia del pasado, volvían a agitarse. Que el espantajo de la envidia —nunca ha dejado de ser deporte nacional, añadía con tristeza— la percibía ahora con mayor virulencia. Afirmaba que afloraban en alguna gente los viejos rencores que tanto daño nos causaron antaño. Al hilo de sus cometarios le dije que si no le parecía que algunas de esas viejas heridas había sido gente de su partido quien las había desempolvado, refiriéndome a alguna iniciativa del anterior presidente del gobierno. Señalándole que el tránsito de Zapatero por el poder ha causado un daño irreparable no sólo en el terreno económico sino en otros de mayor entidad cuando se analicen con lo que denominamos perspectiva histórica. No se mostró entusiasta en la defensa de Zapatero algo que, conociéndolo, yo sabía de antemano. Pero me sorprendió al responderme que en su partido alguna gente daba muestras de insensatez que le parecían algo más que graves.
Ignoro si este socialista, sensato en sus observaciones y siempre moderado en sus cometarios, habrá tenido conocimiento de las lamentables y execrables declaraciones del secretario provincial de los socialistas cordobeses, Juan Pablo Durán, afirmando que «la derecha ni hace prisioneros ni deja heridos, sólo sabe matar y si es posible en las cunetas donde siempre nos han dejado a los socialistas». Palabras con las que, acompañadas de alguna que otra lindeza del mismo tenor, rechazaba la detención de la ex alcaldesa de Peñarroya, imputada por presuntas irregularidades en la administración de los fondos Miner. Durán no encontró mejor fórmula para defender a su compañera —imagino lo que hubiera dicho si la imputada por dichas irregularidades hubiera pertenecido al PP—, que calificar de asesinos —sólo saben matar— a la gente de una ideología que en las últimas elecciones resultó ser, con mucha diferencia, la que los españoles consideraron objeto de su confianza y que en Andalucía esa ideología gobierna en las ocho capitales de provincia.
Ciertamente, ese socialista con quien conversaba meses atrás, llevaba razón cuando manifestaba su preocupación por el despertar de lo que denominaba los demonios que nos han acompañado en buena parte de nuestra singladura histórica y también cuando se refería a la existencia de insensatos en su partido. Estoy convencido de que considerará como tal a quien se expresa en los términos en que lo ha hecho Juan Pablo Durán. Un agravante de esa insensatez es que quien se ha pronunciado en esos términos, propios de un zafio tabernario, es el secretario provincial del partido que gobierna la Junta de Andalucía. Me parece que, quien tenga capacidad para hacerlo, debería tomar alguna decisión y no mantener un silencio que ayuda a que esos demonios, que deberían estar definitivamente enterrados, reciban alientos para campar a sus anchas.
(Publicada en ABC Córdoba el 9 de noviembre de 2013 en esta dirección)