Artur Mas y Oriol Junqueras no pueden seguir ocultando que la secesión es un mal negocio y que su amor a España es mercenario.
EN el pasado debate de política general celebrado en el Parlamento de Cataluña se pudieron escuchar cosas sorprendentes, más allá de la habitual jerigonza con que nos obsequian Artur Mas, Oriol Junqueras y sus huestes. Me refiero a las afirmaciones del segundo en el sentido de que los de Esquerra Republicana y él aman a España, a su lengua y a su cultura. Lo que ocurre es que no tienen confianza en el Estado español.
Habría que recordarle a Junqueras que ese estado en el que no confía es el que está financiando, a golpe de miles de millones de euros, la maltrecha economía de la Generalitat, después del despilfarro de los años del llamado Gobierno Tripartito. Que ese Estado es el que ha permitido, durante décadas y décadas, que Cataluña haya gozado de privilegios que hemos pagado todos los españoles. Me refiero, por ejemplo, a los fuertes aranceles con que se gravaban los tejidos que se importaban del exterior, mucho más baratos que los catalanes, para defender la producción de las fábricas ubicadas en Cataluña. Que ese Estado, en el que no confían don Oriol Junqueras y sus adláteres se ha volcado con iniciativas como la Exposición Universal de Barcelona de 1929 o a las Olimpíadas de Barcelona de 1992 por sólo citar un par de casos distantes en el tiempo. Que ese Estado aprobó la instalación de grandes complejos industriales —decisiones gubernamentales más allá de la iniciativa de la emprendedora burguesía catalana— en las orillas del Ter, del Llobregat y del Besós o en Martorell, por citar nuevamente sólo algunos ejemplos. Que ese Estado ha dotado a Cataluña de una red ferroviaria de alta velocidad que comunica a las cuatro provincias catalanas, algo que no tiene ninguna otra región de España… La lista sería interminable para que Oriol Junqueras nos venga con monsergas.
Pero lo sorprendente de su discurso no está en manifestar su desconfianza en el Estado Español, eso no supone nada nuevo y por tanto estamos curados de espantos. Lo sorprendente es su declaración de amor a España. Una declaración que, incluso, ha llevado a señalar a algunos cualificados secesionistas que su deseo es tener la doble nacionalidad: española y catalana. Curioso deseo ese de ser ciudadano de un Estado al que acusan de robarles. Curiosa y sorprendente manifestación cuando se repite una y otra vez el «España nos roba».
No ha dejado de llamar la atención el hecho de que esa declaración de amor se haya producido justo después de que desde Bruselas se haya dicho, con rotunda claridad, que un territorio que se separa unilateralmente de un Estado miembro queda automáticamente excluido de la Unión. Eso son palabras mayores porque supone dejar de pertenecer al espacio único por el que circulan personas, capitales y mercancías. Oriol Junqueras y Artur Mas no pueden seguir ocultando que su proyecto secesionista es un mal negocio y algunas empresas empiezan a avisar de lo que podría ocurrir en esas circunstancias. Puede que esa sea la razón de su, cuando menos sorprendente, dadas las circunstancias, declaración de amor a España. Sospecho que se trata de un amor mercenario y, desde luego, como dice un viejo refrán: «hay amores que matan».
(Publicada en ABC Córdoba el 9 de octubre de 2013 en esta dirección)