En sólo siete meses el tren de la política griega, conducido por el populismo de Syriza, ha pasado por todas las estaciones posibles. Se estrenaba en enero con una victoria electoral, basadas en promesas con que encandilaron a parte importante del electorado griego. Recibió la confianza de un tercio de los votantes. Fue el partido más votado y, por lo tanto, recibió el “regalo” de cincuenta escaños, previsto en la ley electoral griega. No es poca cosa ese añadido, si tenemos en cuenta que los electores griegos eligen a trescientos representantes; esos cincuenta escaños convierten a la ley d´hont de nuestro sistema electoral en una bagatela Con ese “regalo” no alcanzaba una mayoría parlamentaria para gobernar sin sobresaltos y tuvo que echar mano de los Griegos Independientes, nacionalistas que tienen uno de los ejes de su discurso en el rechazo a los alemanes, los judíos y los inmigrantes, unos radicales de derechas. Pero son afines a Syriza en el rechazo a las medidas impuestas a la economía griega por la Unión Europea.
En su condición de líder de Syriza, Tsipras quedó encumbrado en el olimpo del poder. Afirmó que la troika no volvería a pisar Atenas, que no pagaría las deudas contraídas por anteriores gobiernos helenos, que los griegos seguirían jubilándose antes que los demás europeos, que el IVA griego seguiría siendo el más bajo de la Unión, que no se tocarían las pensiones, que no habría privatizaciones de empresas públicas… Era lo que había prometido en la campaña electoral. Pero… ¿quién iba a pagar todo eso? Europa, naturalmente. Ese fue el encargo que hizo a su ministro de economía, el ínclito Varoufakis quien, cada vez que acudía a pedir que le prestasen dinero, lanzaba una catarata de insultos a los que habían de prestárselo. Las cosas, claro está, no salieron como Tsipras esperaba. Entonces convocó un referéndum, no se sabe muy bien para qué, pero se cerraron los bancos, se limitó la retirada de dinero de los cajeros, Varoufakis salió del gobierno y terminó aceptando todas y cada una de las exigencias de la Troika para recibir el dinero que necesitaba para que Grecia no fuera a la bancarrota y tuviera que salir del euro. Ahora convoca elecciones ante la situación en que han quedado sus promesas de enero. Promesas que apoyó Pablo Iglesias, que veía en Tsipras un modelo de lo que hay que hacer en España, aunque ahora no quiere ni oír hablar del griego y abomina de las fotografías que se hizo con él.
Otro tanto ocurre con el venezolano Maduro, que lleva a su hermoso país al precipicio. Monedero -hoy desaparecido- y Pablo Iglesias asesoraron en materia política al régimen bolivariano, donde los líderes de la oposición son encarcelados con las más peregrinas acusaciones, los medios de comunicación que no adictos al poder son silenciados, la escasez en los supermercados, que se encuentran desabastecidos de productos de primera necesidad, es una triste realidad y hace que los venezolanos soporten largas colas para conseguirlos, la inflación es tan elevada, posiblemente la más alta del mundo, que Maduro ha decidido es que no se publiquen los índices de precios, siguiendo la técnica del avestruz. Estos “bolivarianos de salón” tampoco quieren que se les recuerde su influencia en un régimen que hace aguas por todas partes y que, como ocurre siempre en estos casos, buscan un enemigo exterior.
¿Qué ofrece Podemos hoy, más allá de pactar con la casta, como señala Errejón?
(Publicada en ABC Córdoba el 22 de agosto de 2015 en esta dirección)