El diccionario de la Real Academia tiene dos acepciones para la palabra contenedor cuando es utilizada como sustantivo que, como veremos, es el caso que nos ocupa. La primera de ellas señala que así se denomina a un «embalaje metálico grande y recuperable, de tipos y dimensiones normalizados internacionalmente y con dispositivos para facilitar su manejo». La segunda se refiere a un «recipiente para depositar residuos diversos». Hay otra acepción, como adjetivo, que está referida a lo «que contiene», pero no viene al caso porque el primer teniente de alcalde y edil de Urbanismo, Pedro García, ayer en una visita al antiguo convento de Regina Coeli, dijo que, tras la reforma, el otrora cenobio de las dominicas, se convertirá en un «gran contenedor cultural», es decir utilizó contenedor como sustantivo. Nos preguntamos si el edil habrá consultado el diccionario antes de decirlo y nos aventuramos a decir que no porque, de haberlo hecho, es probable que no lo hubiera dicho y no sólo porque los «grandes contenedores culturales» cordobeses tienen un recorrido poco recomendable. El Espacio Andaluz de Creación Contemporánea, cuyo pomposo nombre quedó reducido a la expresión C4, sigue, años después de concluidas las obras, criando jaramagos; y el esperpéntico avión que hay a la orilla del Guadalquivir, otro de los «grandes contenedores culturales» de la ciudad, está en estado tan lamentable como quedó la malhadada candidatura a la capitalidad cultural europea para este presente año, tras incumplir su promesa Zapatero.
Al viejo monasterio, lo fue hasta la desamortización de Mendizábal, parece que lo acompaña una especie de maldición que lo lleva a la indefinición de su uso. Fue, dicen, fábrica de moneda falsa, teatro de aficionados, casa de vecinos, fábrica de paños, bodega e incluso se utilizó como almacén municipal hasta que fue declarado Bien de Interés Cultural en el año 1979. Desde entonces ha permanecido cerrado, siendo refugio de roedores y criando diversas especies herbáceas. En lo que fuera la huerta conventual se construyó una promoción pública de viviendas. Nada de eso estaba en la mente de quienes lo fundaron, don Luis Venegas y doña Mencía de los Ríos, en unas casas de su propiedad. No merece tal cúmulo de despropósitos el espléndido artesonado mudéjar de su antigua iglesia, quizá el mejor de Córdoba y que ha llegado casi milagrosamente hasta nuestros días, ni tampoco los restos que nos quedan de sus patios.
Lo que está pasando con Regina Coeli, en esta Córdoba nuestra, es lo que viene siendo demasiado habitual. Perdemos un buena parte de las energías entre dimes y diretes. ¿Se acuerdan del Puente de Miraflores? ¿Se acuerdan de la colección de Pilar Citoler? ¿Hablamos del Metrotrén o del Pósito o de Rabanales? El antiguo convento iba a ser Museo de la Ciudad, bajo la denominación de Museo de las Cuatro Culturas, pero se descartó. Más tarde se pensó en ubicar allí el Museo Cofrade que también ha quedado descartado. Ahora se nos dice que será «Gran Contenedor Cultural». No sabemos exactamente lo que se nos quiere «vender» con esa denominación, a todas luces poco acertada y al Diccionario de la Real Academia me remito. Lo que se nos dice es que sus paredes van a servir de pantalla a proyecciones y que lo audiovisual será algo que tendrá gran relevancia en el contenedor. Como lo gestionen igual que el audiovisual del Alcázar…
(Publicada en ABC Córdoba el 6 de agosto de 2016 en esta dirección)