Es posible que muchos de ustedes hayan observado cómo los gorriones han experimentado un cambio en su comportamiento. Son más osados, más atrevidos. Se acercan a los humanos y revolotean, picotean y buscan alimento a su alrededor. Se pasean por debajo de las mesas buscando unas migajas o suben a ellas cuando quienes han estado sentados se retiran. Tengo la impresión de que ese cambio de comportamiento está relacionado con el hecho de que han dejado de ser perseguidos. Hasta hace pocos años en muchos bares y tabernas se ofrecían como tapa los llamados pajarillos, entre ellos los gorriones, que habían sido cazados con aquellas trampas artesanales, hechas con alambre, en los que poniendo como cebo una alúa, denominación popular de una especie de hormiga alada, morían inexorablemente.
Pero constatado ese hecho, no quiero hablar sólo de esos gorriones, sino de un ser humano singular, sin duda, al que se le conocía popularmente como Gorrión. En los últimos años su imagen estaba unida a la plaza de las Tendillas donde, posiblemente, muchos de quienes por allí pasaban no lo veían, pero allí estaba: arrodillado, humillado, pidiendo una caridad para poder subsistir. Su vida no había sido siempre así. En algún momento dio eso que suele denominarse genéricamente como ‘un mal paso’ y su existencia se truncó. Ha estado sobreviviendo gracias a las ayudas que le prestaban algunos de los que por allí pasaban y también por la ayuda de muchos de los comerciantes de la zona con quienes mantenía una curiosa relación. Han sido ellos, esos comerciantes, quienes han querido rendirle un tributo de despedida porque el Gorrión, que era mi paisano, ha muerto. Su imagen humillada ha desaparecido de las Tendillas, pero es posible que su recuerdo, más allá de esa imagen que ha aparecido en algunas farolas de la plaza y de los ramos de flores con que han querido decirle que no lo van a olvidar, permanezca en su memoria, aunque ya no se arrodille sobre el enlosado, esperando unas monedas.
Hay cambios en la vida de las personas que impresionan. Un mal paso o vaya usted a saber qué hacen que la vida de muchos dé un giro radical. Eso le ocurrió al Gorrión. En los últimos años de su vida no pudo estar con quienes eran los suyos. Estaba apartado de ellos. Llevó su existencia como pudo, siendo invisible para muchos, pero había allí un ser humano que ha dejado una huella entre quienes lo conocieron en unas circunstancias no deseables, se ganó un sitio en su corazón y hoy, cuando se ha marchado, han querido tener un hermoso detalle con él. Descanse en paz.
(Publicada en ABC Córdoba el 12 de junio de 2021 en esta dirección)