La denominación de “gobierno Frankenstein” tiene como autor a Alfredo Pérez Rubalcaba, el que fuera secretario general del PSOE, para referirse a un posible gobierno integrado por los socialistas de Pedro Sánchez, Podemos, Esquerra Republicana de Cataluña, los diputados de la antigua Convergencia Democrática de Cataluña -hoy en el grupo Mixto y sin nombre de partido que ahí es adonde los ha conducido ese lince de la política que se llama Artur Mas- y el Partido Nacionalista Vasco. Ese conglomerado, donde encontramos pelajes políticos tan dispares, suma ciento setenta y nueve escaños. Numéricamente harían posible la investidura de Pedro Sánchez, que está intentándolo con todas sus fuerzas, pese a negarlo reiteradamente.

Hay quien apunta que Sánchez estaría dispuesto a combinar a gentes de tan diferentes planteamientos ideológicos, en una combinación que a su correligionario Pérez Rubalcaba se le antoja como algo que le recuerda al monstruo Frankenstein, el extraño engendro que da nombre al relato de terror ideado en el verano de 1816 por Mary Shelley que terminaría de escribir en la primavera de 1817 y vería la luz de forma anónima a principios de 1818. El nacimiento del terrorífico personaje fue consecuencia de unas de las veladas literarias donde se reunían algunos amigos durante la primavera y de verano del 1816. En ellas se hablaba, entre otras cosas, de la posibilidad, según ciertas teorías que habían alcanzado una cierta notoriedad en  la medicina de la época, de insuflar a vida la materia muerta.

Nos cuenta Santiago Posteguillo, en un delicioso libro de relatos, cuya lectura es recomendable, titulado “La noche en que Frankenstein leyó el Quijote” que la génesis del Frankenstein, de Mary Shelley, se debió a que la autora británica, cumplió con el compromiso contraído por un grupo de literatos de escribir un relato de terror en el plazo de un año. La noche en que adquirieron dicho compromiso, según cuenta Posteguillo, leían El Quijote. Entre los reunidos, hace doscientos años en Ginebra, añadamos que se encontraba Lord Byron y que la única que cumplió su promesa fue Shelley.

Fue aquel de 1816 un verano muy extraño desde el punto de vista ambiental. Algunos años más tarde la señora Shelley se referiría a él como un tiempo casi angustioso -es posible que esa circunstancia la invitara a crear al monstruoso Frankenstein-, con lluvias torrenciales a destiempo, un frío impropio para la estación estival, acompañado de heladas y nevadas. Las alteraciones meteorológicas fueron tales que a 1816 se le denominó entonces como “el año sin verano”. Se padecieron, además, grandes hambrunas en amplias zonas del planeta, al perderse las cosechas y se sufrieron numerosas enfermedades, algunas de ellas epidémicas, que se asociaron a las anomalías meteorológicas. Con el tiempo se establecería una relación de causa-efecto entre aquellas penalidades y la terrible erupción del volcán indonesio Tambora, considerado por algunos geólogos como la más importante de la historia.

Nos preguntamos si Pérez Rubalcaba habrá pensado a la hora de bautizar un hipotético gobierno configurado con esos mimbres con el nombre de Frankenstein porque que alguien pretende dar vida a lo que políticamente va camino de convertirse en un cadáver. No tenemos la respuesta, pero sí nos parece que Sánchez está dispuesto a sobrevivir a cualquier precio, pese a que con los resultados electorales es un cadáver político.

(Publicada en ABC Córdoba el 24 de septiembre de 2016 en esta dirección)

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